Cuando hayas de sentenciar
procura olvidar a los litigantes
y acordarte sólo de la causa.
Epicteto de Frigia
Se llama sentencia al dictamen o parecer que alguien tiene o sigue, también se refiere a un dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad.
Generalmente se refiere a la declaración del juicio y resolución de un juez o bien la decisión que toma una persona a quien se ha nombrado árbitro de una controversia o disputa extrajudicial, para que la juzgue o componga.
También, lógicamente, existen sentencias que hay que cumplir por ley, y otras que nos imponemos o nos impone la vida.
Lo cierto es que no todos somos jueces ni tampoco árbitros seleccionados por unanimidad, quizá la mayoría sean simples aficionados a emitir sentencias sobre todo y todos, sin que medie ninguna objetividad, sino más bien, un dicho grave y sucinto que encierra su sentir o sus creencias. Simples opiniones que pretenden elevarse a un estatus, de absoluta certeza y aceptabilidad.
Y lo peor de las sentencias así emitidas, no es tanto la expresión o su dictamen, sino la falta de objetividad de quien lo hace y sobre todo el fundamento con el que lo hace.
Porque muchas veces antes de que triunfe la justicia, triunfan los intereses; y porque antes de que reine el buen juicio, reina el ego herido, la soberbia, el miedo, o bien, la turbulencia mental o física del momento.
Lo que olvidan estos aficionados a la sentencia es que su voz no es más que una opinión, que su veracidad es subjetiva y que su aceptabilidad es meramente una cuestión o no de acercamientos.
Y lo olvidan, cada vez que dejan de analizar sólo las causas y se enfocan en el que consideran el adversario, el equivocado, el errante… cada vez que juzgan basados en su visión de las cosas y no de la realidad, cada vez que emiten sus dictámenes sin conocimiento, cada vez que pretenden cobrarle a la vida sus propios errores, cada vez que se justifican.
Y mucho peor, cada vez que pretenden obstinadamente convertirse en la voz inflexible de la última palabra.
Créame, la objetividad deviene de una mente apaciguada y clara… las pasiones son sus grandes enemigas.
Las sentencias emitidas por aficionados son casi siempre ambiguas y dependen de una infinidad de circunstancias siempre personales, que escapan a la capacidad mental de la mayoría, de poder separar la causa de la persona y la persona de la circunstancia.
Por eso, hoy le invito a ser preciso y objetivo en sus opiniones, a evitar sentenciar en la medida de lo posible sobre aquello que no conoce, a evaluar, analizar, verificar e intentar comprender la realidad desde todos los ámbitos posibles y, sobre todo, a no personalizar las circunstancias, porque cada vida es una experiencia diferente.
Mejor procure ir al grano en la resolución de cualquier conflicto, a resolver a partir de los beneficios mutuos, a alejarse de estos grupos de aficionados y a mantener en todo momento su independencia de pensamiento y acción.
Porque nadie es experto en la vida de nadie y pretenderlo es absurdo e incuestionable.
Procure entonces trabajar en la objetividad, en la apertura, en la flexibilidad de pensamiento y en el respeto por las diferencias, porque le aseguro que vale más un criterio amplio que uno repleto de limitaciones, y no cabe duda de que quien tiene esta debilidad de aficionarse por las sentencias, dista mucho de ser y sentirse libre y determinado. Como siempre usted elige.
¡Felices objetividades, felices criterios!
Source: Excelsior