La presión social sobre la “luna de miel” de López Obrador ha impedido una transición como paseo de la victoria hacia la asunción del nuevo gobierno. El largo periodo de la transmisión del poder ha dado paso a un espacio para apretar y comprimir de la mayor variedad de grupos y liderazgos por influir en el rumbo o constreñir su reacción. Una prueba de resistencia que revela las dificultades de articular la multiplicidad de intereses contrapuestos que coexisten en Morena y, más allá, sin más articulación que su jefe máximo o el aroma del poder.
A dos meses todavía de la toma de posesión, la protesta salta aquí y allá con quejas sobre los planes futuros, disconformidad respecto a promesas de campaña y escándalos de imagen por la transgresión de pautas éticas y de austeridad con que se presenta la nueva coalición. La dinámica supera las previsiones del mandato fuerte que salió de las urnas y sirve de advertencia al liderazgo de que puede ser rebasado por la coerción y dispersión de demandas contradictorias del abanico de intereses que se sienten merecedores de justicia de la cuarta transformación. Incluso, en el Congreso, Morena tiene iniciativas distintas sobre un mismo asunto, como en la revocación de mandato o el aborto.
Desde el arranque de la gira de agradecimiento, el Presidente electo fue recibido como una oportunidad para cobrar facturas y elevar demandas que, sin partidos que las atajen, se proyectan directamente sobre su liderazgo. Ésta es la otra cara de la concentración del poder en torno a la figura presidencial, pero, sobre todo, expresión de la dispersa “ola” de reivindicaciones que apoyó abierta o veladamente entre grupos que trabajaron para imponerse en los comicios. En Baja California Sur, por ejemplo, la movilización de ecologistas contra la apertura de una mina aguó el inicio de su celebración y le dejó entrever el riesgo del desgaste por la multiplicación de presiones y el difícil equilibrio con factores de poder económico que también lo respaldan.
Pero las contradicciones, en efecto, asoman desde la portada de la prensa rosa del ¡Hola! con la boda de César Yáñez, a la usanza de la denostada clase política, hasta el boicot de foros de educación por sus aliados de la CNTE contra la Reforma Educativa. Son un “botón de muestra” de las definiciones políticas y los complejos equilibrios entre compromisos con liderazgos tradicionales y la promesa de cambio al electorado fragmentado que rechazó el statu quo en las urnas.
En ese contexto, la decisión sobre la construcción del nuevo aeropuerto es la más importante que tendrá que asumir, incluso antes de llegar al poder, el 1 de diciembre, aun cuando se resuelva en una consulta. El resultado tendrá consecuencias sobre la presión social de los grupos que exigen la cancelación en Texcoco y el mensaje que ello tendría para los empresarios que reclaman certidumbre para la inversión.
El largo camino hacia el poder, como ha podido constatar, será rudo porque las urnas no desaparecieron la protesta en la calle y la concentración de poder que dejaron tampoco garantiza consensos sobre la dirección de su promesa de cambio.
Por el contrario, confiar en la respuesta política para sortear coyunturas o situaciones aisladas abriría vía para un mandato errático y amenazado con ser rebasado por las demandas. Y difícil que la sociedad mantenga la confianza si un día dicen una cosa y al siguiente la contraria.
El contrapeso de la sociedad, desde la protesta hasta los medios, ha funcionado inesperadamente como contrapeso ante la débil oposición y de instituciones autónomas. Con la desventaja de que la protesta se concentra en López Obrador, como muestra el plantón de trabajadores de cultura en sus oficinas contra el traslado de la dependencia a Tlaxcala o las decenas que a diario acuden a ella para resolver algún problema. Uno de los costos de la especie de nostalgia por los ejecutivos fuertes, pero también el anuncio de un problema mayor de sobrecarga de presión y expectativas en el próximo Ejecutivo con el riesgo de que el alud lo sobrepase.
Source: Excelsior