CIUDAD DE MÉXICO, 2 de octubre (Al Momento Noticias).- Durante ocho años estuvo encerrado en un búnker construido especialmente para él. Completamente solo, su único refugio en todo este tiempo fue la lectura frenética de La Biblia. La leía todos los días y a todas horas, excepto cuando era interrogado y torturado por la policía. En total fueron ocho años de golpes y experimentos con múltiples drogas. ¿Su delito? Intentar asesinar al presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Esta es la historia del hombre que, en un momento de odio, quiso vengar a los estudiantes que fueron asesinados durante la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Esta es la historia de Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, el hombre que un día fue noticia y que después fue borrado de la memoria colectiva para siempre.
El suceso ocurrió el 5 de febrero de 1970. Ese día, el presidente Díaz Ordaz realizaría un recorrido para conmemorar el 53 Aniversario de la Constitución. Pasaría por el Hemiciclo a Juárez y después por el Monumento a la Revolución. En este último punto, Carlos Castañeda esperaría al presidente con un pequeño maletín, que en un doble fondo escondía una Luger .38 y un “manifiesto” de seis hojas.
Mecánico de 29 años, 79 kilos y 1.66 metros de estatura, Carlos Castañeda no pudo quedarse cerca del Monumento a la Revolución porque había mucha gente que le impedía una buena posición. Así que mejor se apostó a unos metros, en la esquina de Insurgentes y Valentín Gómez Farías.
El reloj marcaba las 11:45 de la mañana. En ese momento, la comitiva presidencial pasó lentamente frente a sus ojos, a escasos ocho metros. Castañeda supo entonces que era ahora o nunca. Se alistó y disparó contra el auto en el que viajaba Díaz Ordaz y el secretario de la Defensa, el general Marcelino García Barragán.
Dentro del maletín, sin sacarla siquiera, disparó su Luger. La bala fue a dar a la carrocería del auto. Se apresuró a disparar por segunda vez, pero el arma se trabó. Estaba encasquillada. Lo intentó de nuevo y nada. Con la mente confundida, Castañedaemprendió la huída, pero al final lo alcanzaron.
Al minuto siguiente de su osadía, se encontraba dentro de un auto, donde lo ametrallaron con preguntas: “¿Por qué lo hiciste? ¿Quién te mandó? ¿Eres comunista?” Y las respuestas atropelladas: “Por la matanza de Tlatelolco”. “Nadie me mandó”. “No, no soy comunista. Soy católico”.
ELEGIDO DE DIOS
En una entrevista que le realizó el periodista Eduardo Monteverde, y que incluye en su crónica “Yo intenté matar al Presidente“, publicada en el libro Lo peor del horror, relata Castañeda:
“Primero me llevaron a la Federal de Seguridad, a unas cuadras en la misma plaza. Me preguntaron ‘¿Quién te pagó, mandó u ordenó?’ Nadie, les contesté. Luego me tuvieron diez días en el Campo Militar Número 1. Fue cuando me dijeron que cómo quería morir, si quemado o fusilado. Les respondí que en el paredón, como un último deseo. Me dijeron que me agachara, me pusieron una pistola en la cabeza y les dije que eso no era fusilar. No me temblaba ni la voz ni el pulso”.
En total pasó tres años en una cárcel de Gobernación, mientras construían su búnker, edificado de manera especial para él; esa fue la orden del presidente Díaz Ordaz. En algún momento compartió su espacio con el temible homicida “La Tora”, quien tenía a más de un centenar de muertos en su haber.
Relata Castañeda a través de Monteverde: “Realmente fue en el búnker donde me di cuenta que era profeta (…) En esa tumba recordé el Apocalipsis, capítulo XXI, versículos 1 al 5, donde habla de los 144 mil elegidos y elegidas del Dios santísimo. Me dije que era yo de ellos, aunque sé que no soy Dios, pero hablo por su boca”.
El expediente clínico de Castañeda es tétrico: cuadro psicótico crónico, esquizofrenia, ideas delirantes del tipo crónico y religioso. Además de profeta, aseguraba que era asexual y condenaba la masturbación, aunque cuando salió del búnker tuvo relaciones sexuales con varios internos.
MORTAJA PARA EL PROFETA
El caso de este hombre que estuvo a nada de ser el “héroe” de muchos que odiaban a Díaz Ordaz, también fue retomado por el cronista Fabrizio Mejía Madrid en su libro Salida de Emergencia. En el texto titulado “Un hombre borrado“, se relata en primera persona los experimentos con psilocibina y fenciclidina a los que fue sometido Castañeda:
“En febrero de 1971 me pusieron esa inyección. Sentía torcidos los nervios de los pies y la mandíbula. Sentía desesperación, tenía miedo, lloraba. Ocho horas duró el efecto. Me dieron medio “Artane” porque me quitaba la ropa y me retorcía en una cobija en el suelo. En cuatro horas me tranquilicé, pero después me sentí otra vez desesperado, con miedo. El efecto me rebotó como durante un mes, pero iba disminuyendo lo que sentía.
“Oigo voces cuando no tomo los medicamentos. Casi nunca hay y cuando hay los tiro a escondidas. Se dan cuenta y me los dan a la fuerza como hace rato. Parece que gozan. Son una mortaja para el profeta”.
Además de su historial clínico, en su expediente se encontraban dibujos pornográficos que enviaba a Televisa, dirigidas a Gloria Trevi y Alejandra Guzmán: “Yo, Carlos Francisco, te amo; ven Alejandra Guzmán. María Magdalena levanta tu mano, enséñame”.
Tras ocho años de interrogatorios, en 1978, las autoridades se convencieron que Castañeda actuó solo, que no existió ningún complot para asesinar al presidente. Ya no estuvo en el búnker, pero siguió preso. En 1992, la Comisión Nacional de Derechos Humanos descubrió que no existía proceso legal contra Castañeda. Un año después, la Secretaría de Gobernación borró todo su expediente. También se destruyó el búnker.
Sin más qué hacer con él, salió libre el 23 de diciembre de 1993. Al día siguiente pasó la Navidad con su hermano. Sin embargo, después de unos días se fue de la casa sin siquiera despedirse. Nunca más se volvió a saber nada de él, hasta hace un año, gracias al documental El paciente interno, dirigido por Alejandro Solar, donde se cuenta su historia.