Los últimos 20 o 30 años, lo aceptemos o no, han brindado a los interesados en la gobernación al margen de su país de origen y/o de residencia, un conjunto numeroso de ejemplos de lo que debe ser la gobernación, y de las cualidades y requisitos —si usted quisiere, mínimos—, que los aspirantes a gobernar deberían satisfacer.
La llegada al gobierno por la vía democrática de personajes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, Donald Trump, los esposos Kirchner, López y los actuales gobernantes de Hungría y Polonia, entre muchos otros, deja ver dos aspectos que es imposible pasar por alto.
Uno, la corrupción y degradación de los sistemas de partidos en casi todos los países donde la democracia es norma, y el otro el papel de cómplice que, sin tener consciencia de ello, juegan los electores al llevar al triunfo electoral a personajes como los nombrados arriba.
No hay duda que las complicidades y compromisos en los negocios hechos al amparo del poder, han jugado un papel de primera importancia en el descrédito de los partidos, y en su control por parte de camarillas cuyo objetivo, antes de cualquier otro, es obtener posiciones en el aparato público para enriquecerse a niveles ofensivos en la total impunidad. En consecuencia, las características de los candidatos designados responden casi siempre a esta realidad para que, de llegar al poder, se comporten de acuerdo con lo que la camarilla que controla el partido espera.
En América Latina, no pocos de los partidos que participan en la vida política en nuestros países —incluso algunos históricos, por los años que llevan participando en la vida política—, son hoy negocios descarados de grupitos que se hicieron, mediante malas artes, del control total del partido. En México, sería tarea titánica —o una completa pérdida de tiempo—, buscar entre los partidos con registro, uno que se salve de lo dicho en los párrafos anteriores.
Ahora bien, ¿cuáles son los efectos más dañinos para un país y la construcción de su mejor futuro, de lo dicho? Sin duda, esos efectos estarían concentrados en lo que las más de las veces jamás pensamos antes de emitir el voto en favor de éste o aquel candidato, o entregarlo a uno u otro partido: La pésima gobernación que los candidatos triunfadores de los partidos descritos llevarían a cabo, rodeados de incapaces e inexpertos, y corruptos.
A la pésima selección de los candidatos por parte de los partidos, habría que añadir, complemento obligado, la pésima calificación de quienes integran el equipo que rodea al triunfador y por supuesto, de los funcionarios que designaría el nuevo gobernante salido éste, de un partido como los descritos arriba.
Por otra parte, durante los periodos de expansión económica y tasas altas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), quizás por la mejoría en la calidad de vida de millones, éstos tienden a contemporizar (Acomodarse al gusto o dictamen ajeno por algún respeto o fin particular) y dejan de lado la corrupción y perdonan la incapacidad, tanto del gobernante como de sus funcionarios.
Por el contrario, en periodos de bajo crecimiento económico e inestabilidad política externa, la calidad del gobernante y la de su equipo, son el soporte fundamental de una gobernación responsable e inteligente. Hoy, dados los resultados electorales y lo visto estos dos meses de los candidatos ganadores, ¿qué piensa de la gobernación que nos espera? ¿Negro luce el futuro?
Source: Excelsior