En Valparaíso, las porteñas y porteños que bajaron desde los cerros para ver el desfile militar del pasado 21 de mayo, se encontraron con una Plaza Sotomayor cercada por vallas papales que impedían aproximarse a menos de 200 metros del monumento a Arturo Prat. Los dispositivos de “seguridad” son cada día más exagerados, dejando a las autoridades aisladas de la “ciudadanía”.
El enorme despliegue de uniformados este 21 de mayo no fue impedimento para que se produjeran manifestaciones de protesta en Valparaíso, y en esta ocasión el lugar elegido para manifestarse fue la Plaza Aníbal Pinto, allí donde termina la calle Esmeralda y comienza Condell.
Muy temprano un grupo de mujeres feministas se ubicaron en la plaza, llevando cada una de ellas pancartas con distintas leyendas alusivas a sus planteamientos de lucha, lo que motivó que un contingente de Fuerzas Especiales se colocara frente a ellas, como una medida de control y de fuerza para impedir que se desplazaran libremente, en una demostración grotesca de abuso de poder.
Pasado algún tiempo, seguramente por instrucciones superiores ante esta bochornosa situación observada por las numerosas personas que circulaban por el lugar, llamaron a un contingente de carabineras que se ubicó delante de las manifestantes, para reemplazar a sus compañeros de armas, en una clara maniobra destinada a mostrar una cara “más amigable”.
Poco a poco se fue concentrando en el lugar un número importante de mujeres, hombres, niños y niñas, para esperar el paso de los uniformados que venían desfilando desde Plaza Sotomayor.
En el momento que los uniformados aparecieron por el lugar, decenas de integrantes de organizaciones de Derechos Humanos de Valparaíso desplegaron lienzos y pancartas en medio de la multitud, exigiendo verdad y justicia para los miles de crímenes de lesa humanidad cometidos por las Fuerzas Armadas y, en especial, la Armada en esta región. Se corearon distintas consignas, como “La Armada chilena debe responder, matar a los chilenos no era su deber”; “Justicia, verdad, no a la impunidad” o “ La Esmeralda, ni blanca ni pura, fue centro de tortura”.
Algunos dirigentes, utilizando un megáfono, hicieron escuchar su voz a las numerosas familias presentes en el sector, dando a conocer el caso del sacerdote Miguel Woodward, quien murió en el Buque Escuela Esmeralda a causa de las torturas recibidas por integrantes de la Marina, y fue posteriormente enterrado en forma clandestina en una fosa del cementerio Playa Ancha para hacer desaparecer su cuerpo. El religioso permanece desde el año 1973 como uno más de la larga lista de Detenidos y Detenidas Desaparecidas de nuestro país.
Durante un par de horas los uniformados que desfilaban por calle Condell debieron escuchar la voz rebelde y potente de familiares, compañeros y compañeras de víctimas de la represión, quienes siguen incansablemente sin “arriar sus banderas de lucha” contra la impunidad, en busca de la verdad y la justicia, a pesar del “pacto de silencio” que mantienen los marinos.
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Source: El Ciudadano