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Vargas Llosa y la “verdad de sus mentiras”

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Vargas Llosa y la “verdad de sus mentiras”

“…los deicidas merodean aún por la ciudad fabulando historias para suplir las deficiencias de la Historia” (M. Vargas Llosa, prólogo de “La Verdad de las Mentiras”, Lima, 2002)

 

Si el valor de la democracia radica en la representación de las mayorías, entonces una fuerza que pretende tomar el  control político para beneficio de las minorías,  implica un intento dictatorial claramente antidemocrático, pues actúa en contra de un camino que la voluntad popular ya ha definido;  resuelve un conflicto en desmedro del criterio de las más amplias mayorías y pretende normalizar por la fuerza una condición de poder ya rechazada por dicha voluntad.

 

Cuando un pueblo mayoritario determina abolir la condición que le abruma, le anula y maltrata y ejerce la violencia, ante una resistencia minoritaria que bloquea el rumbo de la democracia, su camino -igualmente-  puede que no sea otro que una dictadura, pero sin duda alguna, en este caso, el control forzado del poder coloca en desmedro a la minoría.  En este sentido podemos hablar de una protección autoritaria o forzada de la democracia. Ello resulta aparentemente contradictorio, pero no lo es, en cuanto la mayoría hace prevalecer su derecho de autodeterminación por sobre la pretensión sediciosa de una minoría que intenta frenar, por todos los medios, el curso histórico de su determinación política.

 

De lo anterior se desprende que ambas formas de fuerza – siguiendo el valor de la representatividad que el mismo ideal democrático defiende- no tienen el mismo sustento moral.

 

La posición de Vargas Llosa en la entrevista de Axel Kaiser, referida “dictaduras más o menos malas” resulta  ser sólo vulgar hipocresía: “esa pregunta no te la acepto, porque parte del supuesto de que existen dictaduras buenas, o menos malas. Son todas igual de malas”. Rápidamente su máscara se cae en el mismo programa, cuando se muestra favorable a una acción  militar en contra del gobierno soberano de Venezuela: “Si hay una acción militar contra la dictadura de Maduro, yo la voy a apoyar”.

 

Nadie podría pensar que una intervención militar en Venezuela no implica necesariamente una dictadura fascista, al mismo estilo de Pinochet, en contra de la mayoría de un pueblo que construye su destino. Esta opción se suele denominar fascismo.

 

Vargas Llosa muestra en realidad el trasfondo de las convicciones del mundo neoliberal que ha abrazado: la democracia burguesa es una permanente dictadura disfrazada ante la inconsciencia de los oprimidos, que se muestra cada vez que la burguesía pierde el control político….y su crudo carácter autoritario se evidencia de manera directamente proporcional al aumento de la conciencia que los subyugados toman de su posición social y sus causas y en tanto luchan y avanzan en la conquista de los espacios de dirección, en consonancia con sus intereses sectoriales de clase.

 

En este sentido, la pregunta de Axel Kaiser no era en absoluto inaceptable, claro que para Kaiser el resultado de su ecuación, con seguridad, es de signo completamente opuesto al que yo hago, porque estamos en veredas bien opuestas. Del mismo modo, Vargas Llosa termina aceptando la misma lógica, pero solapado en el discurso falaz de las apariencias que no puede sostener. Kaiser   – dicho sea de paso- no tuvo herramientas para una salida digna, pero eso es harina de otro costal.

 

Entonces, para volver al esqueleto lógico: si es reconocible la coyuntura histórica de la necesidad de una dictadura (aceptación de Vargas Llosa de una dictadura, en reemplazo de lo que para él es también una dictadura) entonces debe reconocer una escala valórica en referencia a dicha expresión de poder político.

 

El gran problema es que siempre la mentira tiene patas cortas y hoy es políticamente incorrecto decir que hay  un punto en que la negociación del interés de clase encuentra un límite y la circunstancia impone una acción de fuerza.

 

“Debemos”  hablar el lenguaje que esa burguesía re-empoderada, con la lógica de su mundo de almíbar y almidón; de espejismo parafernálico, farandulero y manipulador, quiere que hablemos; que nos quiere hacer ver lo bueno y lo malo a su medida y conveniencia, pero que nunca ha dudado en imponer lo necesario, con los medios que estima necesarios, cuando su interés fundamental de clase lo necesita. Porque la derecha nunca ha tenido que justificar políticamente sus actos violentos: simplemente actúa, reordena el escenario y luego se encarga de borrar de la conciencia de las masas, la barbarie que lleva adentro.

 

Bien por los mundos ideales de la paz perpetua, pero la realidad de la sociedad de clases, aquí y ahora, nos aconseja la conveniencia de entender que en moral y en política, en el mejor de los casos, tantos los ideales y los “absolutismos conceptuales” sólo tienen el alcance de los intereses de clase.

 

El verdadero sinsentido y lo verdaderamente inaceptable es defender los intereses que no te corresponden. La erosión de este convencimiento es la fuente de cualquier fracaso en el intento de cambiar radicalmente aquello que  sabemos que debe cambiar radicalmente, en cuanto su existencia, por un lado se constituye en fuente sistemática de desigualdad, pobreza, injusticia, abuso, exclusión y, por otro, en privilegios sin límites para un sector cada vez más reducido que concentra casi la totalidad de los beneficios de la marcha de una economía.

 

Chiloé, mayo de 2018

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Source: El Ciudadano