Le pareció más bajo que en televisión, de manos pequeñas y rostro ligeramente anaranjado. Era el 4 de enero de 2017 y el entonces director del FBI, James Comey, acababa de saludar por primera vez al presidente electo de EE UU, Donald Trump. El motivo era una reunión de inteligencia previa a la investidura. Comey aprovechó la ocasión para echarle un ojo técnico al inenarrable peinado de Trump. “Tras una cercana inspección, me pareció todo suyo”, concluyó el jefe de los agentes federales.
Fue quizá el momento más relajado de una relación que acabó cuatro meses después con el insólito despido de Comey (el segundo de un director del FBI en toda su historia) y la apertura de una brecha de confianza entre el presidente y el FBI que aún dura hoy. Una sima que ha alimentado la investigación del fiscal especial de la trama rusa, Robert Mueller, y por la que cada día Estados Unidos ve emerger monstruos mayores. Tanto este encuentro germinal como los desencuentros posteriores son narrados en primera persona por Comey en el libro Una lealtad mayor (Flatiron Books), que será publicado el martes próximo y cuyos adelantos ya han inundado la prensa norteamericana.
“Mentiroso congénito”
La obra supone una inmersión en las rencillas entre dos figuras antagónicas y llamadas por el destino a chocar. El director del FBI, un puritano de 2,03 metros de altura, nunca concilió con el showman catódico que había ganado las elecciones contra todo pronóstico. Ni en obra ni en pensamiento hubo empatía entre el fiscal que en los años ochenta barrió a la familia Gambino de Nueva York y el multimillonario que en esa misma época vivía noches báquicas en la discoteca Studio 54. Esta fricción se percibe a lo largo de las 304 páginas de la narración. En ellas, Comey no solo acusa a Trump de “falta de ética y egocentrismo” y sino que le describe como un acosador nato, un “mentiroso congénito, vacío de emociones y desligado de la verdad”. Palabras que, para este devoto de la ley, encarnan el mal absoluto. “Trump creó una realidad alternativa en la que intentaba afanosamente envolvernos a todos”, afirma.
Aunque en la letra pequeña no faltan detalles inéditos, los momentos críticos de la relación, como los abusivos intentos de Trump por frenar las pesquisas de la trama rusa, ya fueron contados en junio pasado por Comey ante el Senado. No hay pues grandes sorpresas legales que vayan a alimentar el caso. Más bien lo contrario. Consciente de que sus palabras ante el Comité de Inteligencia han servido de base para la investigación del fiscal especial, el exdirector del FBI evita apartarse de lo declarado y caer en contradicciones que serían empleadas por los abogados del presidente.