Vida y Política | Columna

28.06.2018

Votar es el acto por medio del cual una persona expresa su opinión o preferencia, de manera pública o secreta, en torno a un asunto o propuesta, en una reunión, un cuerpo deliberante o unas elecciones.

La posibilidad de un fraude, en mayor o menor medida, es un hecho que sucede de forma incuestionable en democracias poco solidas como la mexicana, quedando asentada en los múltiples casos de omisión y corrupción que son visibles sin mayor complejidad  por las practicas cotidianas de los partidos políticos en tiempos electorales, especialmente.

El Estado es un órgano institucional facultado para cumplir y hacer cumplir la justicia, no es una utopía, pues países desarrollados del mundo sin la riqueza cultural y productiva de México ofrecen en muchos casos una mejor calidad de vida a su pueblo porque hay una idea que comparten en común: la prosperidad.

Es decir que esta no solo es para unos cuantos, no es solo para quienes por corrupción, o por compromiso, o por mera empatía, deciden empoderar, enriquecer, solo a unos cuantos de entre todos.

Los gobernantes en México de los últimos años no han combatido de manera radical, es decir, de raíz, los mas grandes malestares de la nación, sencillamente porque la pobreza, el temor, la dominación, la opresión, son los mismos elementos que les han permitido estar donde hoy están.

México, en su indudable anexión a aspirar a ser una nación democrática, – mas por sus ciudadanos que por su clase política – tiene hoy instituciones medianamente solidas que pueden terminar de funcionar si participamos todos activamente, de forma incorruptible, honorable, y por convicción.

En el momento en que estés enfrente de tu boleta electoral, y tengas el derecho legitimo a elegir a tus gobernantes, – algo que de entrada ya es una forma de dominación, pero también de organización – no dejes que los comerciales, los spots, lo que te hayan dicho o te hayan ofrecido, y todo lo que haya, de cualquier forma, tratado de orientar tu voto de una forma ilegitima, ventajosa, o venida del exterior, omitela y vota por quien tu quieras.

En culturas antiguas, como la teotihuacana, por mencionar alguna, solo un pequeño sector de la población fue  enormemente enriquecido a costa del trabajo y la vida, incluso la muerte, de los mas desprotegidos, de aquellos quienes sostenían realmente el lujoso estilo de vida que llevaba esta  clase social que se consideraba superior, y que fue por esa misma razón que desapareció.

Miles de años después, partidos hegemónicos en muchos países del mundo (en el continente americano de manera mas acentuada) han tratado de modificar  siempre la tendencia a su favor, haciéndonos creer que podríamos estar en una peor situación, apostando por la calumnia de aquellos quienes han sido férreos opositores a sus regímenes, aniquilando la posibilidad de que existan a la par de sus gobiernos instituciones democráticas confiables e imparciales, comprando el voto, obligando a los trabajadores a votar por ellos, condicionando apoyos y programas sociales, intimidando, mintiendo, y otras muchas formas mas.

En un país como México, uno de los mas grandes y ricos del mundo, tener el poder se ha convertido casi en una obsesión para los hombres y familias, quienes, faltando a los valores mas básicos de la democracia, han constituido una sociedad dividida, desigual, y a la que en buena medida han logrado cegar por toda una vida de opresión disfrazada de pequeños logros, de casos excepcionales.

Lo que no nos pueden quitar es, insisto, nuestro a derecho a votar, a que llegue el día de la elección y tengamos el derecho a elegir por convicción propia si depositamos una vez mas nuestra confianza en que sea la real e inmensa mayoría la que lleve el verdadero cambio, y el verdadero triunfo, a México.

En que piensas cuando votas debe ser un ejercicio individual obligado que nos permita plantearnos, en un par de preguntas esenciales, – e internas – sobre como vivimos nuestro país.

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