¿Existe una base Nazi secreta en la Antártida?
Por qué hay gente que cree que hay una base nazi secreta en la Antártida
Un investigador de Cambridge se tomó la molestia de demostrar que la supuesta base secreta de investigación de fenómenos ovni establecida por los nazis en la Antártida es un engaño.
Antes de entrar en materia, aclarémoslo desde el principio: esa base secreta de los nazis para la investigación de fenómenos extraterrestres que supuestamente se halla oculta en algún lugar de la Antártida no existe. Si bien es cierto que los nazis viajaron a esta región remota, no lo es que ocultaran en sus profundidades valiosísimas obras de arte obtenidas durante la guerra, ni tampoco que construyeran platillos voladores con tecnología alienígena.
Sin embargo, todavía en pleno 2016 podían leerse artículos en los que se daba sustento a esta historia en diarios como The Mirror y The Daily Star; en este último se llegaba incluso a señalar que la supuesta base nazi podría estar vinculada con la existencia de una gigantesca pirámide de hielo de origen extraterrestre enterrada en territorio antártico.
En una época en la que proliferan las noticias falsas y todavía hay personas que creen que la Tierra es plana, no resulta sorprendente que una idea tan descabellada haya logrado sobrevivir más de medio siglo. Es precisamente esa tenacidad la que llevó al geólogo marino y oceanógrafo Colin Summerhayes a elaborar un informe revisado de 21 páginas en el que explicaba con detalle por qué los nazis no construyeron ninguna base en la Antártica. Publicado hace más de una década en el diario académico trimestral Polar Review, el ensayo de Summerhayes constituye un interesante estudio sobre las teorías conspiranoicas paranoides que comenzaron a raíz de la expedición de los nazis a la Antártida en enero de 1939.
Meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi envió una reducida expedición a la Antártica a bordo del buque Schwabenland. Según Summerhayes, el Reich ordenó la expedición por temor a quedar atrás en la industria ballenera frente a Noruega y a Gran Bretaña, que había empezado a reclamar grandes extensiones de territorio del continente antártico. Ante esa amenaza, los alemanes decidieron hacer acto de presencia para reivindicar su parte del continente y establecer una base desde la que llevar a cabo la pesca de ballenas.
Pese a que aquella acabó siendo la única visita de los nazis a la Antártida, poco después del fin de la guerra empezaron a circular y a difundirse como la pólvora numerosos rumores de que Hitler había mandado construir una base secreta muy cerca del polo sur para él y su círculo íntimo. Todo se desató con la llegada de un U-Boot alemán a una base naval argentina en julio de 1945, dos meses después de que los nazis presentaran su rendición. Tabloides de todo el mundo se hicieron eco de una noticia argentina en la que se aseguraba que Hitler y otros nazis de alto rango viajaban en el sumergible para ocultarse en una supuesta base secreta en la Antártida.
El impulsor de este rumor fue el exiliado húngaro y residente en Argentina Ladislas Szabo, con su libro titulado Hitler está vivo, publicado dos años después. La historia empezó a cobrar cada vez más notoriedad, y había versiones que afirmaban que el Führer había muerto en un búnker en Berlín, pero que sus cenizas y los tesoros más valiosos de los nazis habían sido llevados a la Antártida, donde fueron resguardados en una “cueva de hielo natural muy especial, en las montañas Muhlig-Hofmann”.
Pese a que muchos nazis capturados ofrecieron pruebas irrefutables que desmontaban esta versión, el mal ya estaba hecho y el rumor de la base antártica de Hitler ya se había extendido, en parte alimentado por una misión secreta a este continente llevada a cabo por el ejército de Estados Unidos en 1947 bajo el nombre de Operación Highjump y por la presencia militar británica durante la guerra. Según los teóricos de la conspiración, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña atacaron sin éxito la base secreta en varias ocasiones a finales de los cuarenta, hasta que en 1958 lograron destruirla con tres bombas atómicas.
Pero Summerhayes no está convencido. Si bien reconoce que hay “una parte de verdad en estas historias”, las pruebas no parecen apuntar a que existiera ninguna base secreta nazi en la Antártida.
En primer lugar, disponemos de información abundante y exhaustiva, tanto de la literatura científica alemana como de los documentos de guerra, sobre la expedición de 1939 a la Antártida. Si bien allí se describen las labores científicas y cartográficas que querían llevar a cabo, no existe indicio alguno de que los nazis estuvieran buscando una ubicación adecuada para la construcción de una base, y mucho menos de que ya hubieran empezado a crearla. Tal como señala Summerhayes, el explorador noruego Roald Amundsen tuvo que dedicar 14 días y 80 perros para la construcción de una pequeña cabaña en la región en 1911.
Por otro lado, la expedición alemana solo pasó un mes en la Antártida, gran parte del cual lo dedicaron a recoger muestras marinas y llevar a cabo estudios. Tampoco hay pruebas de que el buque dispusiera de equipamiento motorizado o perros, sin los cuales habría sido imposible transportar los suministros necesarios para la construcción de un complejo subterráneo con “hangares para aviones extraños” y búnkeres para el desarrollo de armamento avanzado.
Y, ¿qué hay de la Operación Highjump, la misión secreta organizada por Estados Unidos en la Antártida supuestamente para eliminar la base nazi? En la misión participaron 4,700 hombres, 33 aviones y 13 barcos, un despliegue que bien podría servir para llevar a cabo una invasión, pero la realidad es que se trataba de una maniobra de entrenamiento militar para poner a prueba la capacidad de la Armada estadounidense de desenvolverse en condiciones de frío polar, ante una eventual guerra con la Unión Soviética.
Bien, Summerhayes, pero ¿cómo explicas los ovnis nazis en la Antártida, eh? Esos rumores, que se crearon por primera vez en UFOs: Nazi Secret Weapon, un libro publicado en 1975 por una editorial neonazi canadiense, se basan en unas informaciones no contrastadas en las que se aseguraba que los nazis derribaron cuatro aviones estadounidenses durante la operación. El fuego conspiranoico se avivó también con la publicación en 2002 de Black Sun, un libro en que se retrataba un nazismo de posguerra esotérico y oculto y se afirmaba que los platillos voladores eran en realidad superarmas alemanas desarrolladas y probadas durante el Tercer Reich”.
En el libro se aseguraba que esta tecnología se “puso a salvo en el Ártico, en Sudamérica y en la Antártida”, y que “hacia finales de la década de 1970, diversos autores neonazis afirmaban que una buena parte del continente antártico se encontraba en posesión del ‘Último Batallón’, una impresionante fuerza militar compuesta por ovnis muy avanzados”. Summerhayes asegura que “la idea de que los alemanes se defendieron con platillos voladores salidos de una base secreta” es “pura fantasía”, y señala que el único avión que perdieron los estadounidenses durante la expedición a la Antártida se estrelló en el extremo del continente opuesto a donde se supone que está situada la base nazi.
Vale, de acuerdo, pero ¿por qué soltar tres bombas atómicas sobre la Antártida si no había alemanes?
Es cierto que se produjeron tres explosiones nucleares atmosféricas en el hemisferio sur en 1958, pero no sobre la Antártida, sino a unos 2.400 km al norte del continente.
A pesar de que Summerhayes ha sido capaz de desmontar con pruebas la existencia de una base nazi en la Antártida, el mito perdura diez años después, y no debería sorprendernos. Todos sabemos que las conspiraciones siempre acaban seduciendo a unos cuantos predispuestos a aceptar lo aparentemente absurdo de la historia que presentan, siempre y cuando esté bien hilada.