CIUDAD DE MÉXICO.
Fue un día de aquel verano en la India del 2000. Por primera vez en mi vida acudía a un partido de futbol sin la supervisión de mis padres. La noche seguía cayendo cuando, junto a mí, cayó un ladrillo justo en la frente de un grandulón. Una gota de sangre colgaba de su orificio nasal izquierdo. El golpe de dicho objeto inauguró el inicio de una nueva fase en mi vida, una que duraría 10 años. Además de los inevitables moretones, golpes y patadas, también me dio una nueva meta en mi vida. Dicha década en mi vida como hooligan permitió convertirme en alguien que no querría cambiar por nada; me hizo una mejor persona.
Mis piernas temblaban conforme subía, por primera vez, hacia “mi grada”, plagada de adolescentes rebeldes y hombres fornidos. Fue extremadamente aterrador, pero al mismo tiempo estaba fascinado. Después del primer gol, la ola de gente comenzó a inclinarse hacia las rejas que separaban mi grada de los seguidores rivales. Paralizado por el miedo, el tumulto de gente empezó a empujarme hacia los fans rivales. Las rejas aguantaron, aunque en el calor del momento no parecía ser así. Tiempo después me di cuenta que se trataba de un ritual estándar, llamado “ataque sobre la hinchada rival”. Después de cada gol escalábamos las rejas, pero siempre resistían.
A lo largo de los años aprendí las reglas y los hábitos de nuestra hinchada. Conocí a las personas, y sus leyes no escritas y códigos de conducta. Crecí con ellos y, lentamente, me gané mi lugar. Al ser un mocoso, me tomó años ascender la escalera social del grupo. Literalmente: había empezado desde lo más bajo hasta escalar, escalón por escalón, cada temporada. Los chichos que alguna vez habían sido ejemplos a seguir se convirtieron en mis amigos, aunque nunca perdí mi respeto por ellos. Durante 10 años trabajé arduamente para ganarme un lugar, simplemente estando ahí con ellos, siempre. Íbamos a fiestas de cumpleaños, bodas, funerales, peleas, e innumerables partidos. Adquirir respeto era lo que te movía poco a poco hacia arriba, pero no fue algo que se dio en unas cuantas semanas; el proceso toma años.
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Es viernes en la noche en un oscuro poblado olvidado por Dios. Es el tipo de lugar que jamás visitarías si no fuera por amor al futbol; lugar al que estábamos encadenados, al menos, una vez al año. Ahí nos encontrábamos, en un pasillo casi abandonado en medio de la noche, en posición de pelea, levantando los puños frente a nuestras caras, pero seriamente superados en número; nos dieron una paliza de aquellas. No había de otra, teníamos que defender nuestro honor, incluso si nos iba mal. Todo era parte del juego. Extremadamente felices, tomábamos el tren de vuelta con los labios hinchados y uno que otro ojo morado. Una buena golpiza no te mata: te despojas del polvo, te levantas, y sigues adelante. Cuando veo en retrospectiva los últimos 10 años, veo que aprendí lo más que pude de aquellos momentos de adversidad. Aprendí sobre mi persona, mi grupo y mi vida. Estos momentos crearon a la persona que ahora soy.
En tiempos adversos me esfuerzo aún más, ya que no sé más que los demás. Vivimos en un mundo gigantesco y perfecto que en ocasiones nos obliga a olvidar cómo lidiar con la adversidad. Nos mimamos hasta la muerte. Todo está disponible y a nuestro alcance. Ya no tenemos que pelear por nada. En mi opinión, necesitas tocar fondo un par de veces para moldear tu carácter. ¿Puedes imaginarte lo que significa si tienes la oportunidad de hacerlo todos los meses? Te forja.
Un martes aburridísimo por la noche, contacté a un hooligan de otro club. Lo conocí en los partidos de selecciones. Fue una conversación amigable y, entre bromas, organizamos una pelea para la siguiente ocasión que nuestros equipos se enfrentaran. El número de personas, el lugar, el tiempo; pensamos en todo, como suele ser. Un mes antes habíamos peleado juntos en contra de nuestros colegas extranjeros. Esa pelea también fue premeditada; así es como funcionaban las cosas. Por supuesto, me di cuenta que no era algo normal pero, ¿de verdad era una idea tan descabellada?
Como sociedad enloquecemos por el fenómeno llamado hooliganismo. Me atrevo a preguntarme si lo que hago es realmente normal. Es despiadado y fuera de lo común, pero me hace preguntar qué tan perfecta es la vida dentro de las normas. La indignación selectiva en torno a los llamados “supuestos fanáticos del futbol” es algo que de verdad me frustra. No, no es normal ir a un juego y golpear a personas, pero también le pasa a aquellos que acuden con un (casi) estricto código de conducta: cuando te toca, te toca.
Chris Henderson, el antiguo líder del Chelsea Headhunters, escribió en su libro acerca de la vida de los ex hooligans: “Estos viejos fanáticos tiene la inconfundible aura para vender a las probabilidades”. Sólo puedo concluir que tiene toda la razón. Existe una enorme diferencia entre el chico que se unió a la hinchada en el 2000 al hombre que decidió dejarla 10 años después. Definitivamente, soy otra persona ahora.
Para ser sincero, nunca he sido una persona con determinación. Cuando las cosas se ponen difíciles, solía huir. La escuela, el trabajo y los amigos siempre fueron un completo caos para mí. Pero cuando dejé atrás el mundo del hooliganismo, me acordé de una frase: “Lo que tiene que hacerse, tiene que hacerse”.
Hoy en día, al negocio le va muy bien. Los clientes siempre terminan encontrándome y no tengo miedo de empezar algo que nunca antes había hecho. Chris Henderson lo describió de esta forma: “Tomar riesgos es un gran medidor de calidad para tener un negocio”. Ahora me esfuerzo, mientras que antes probablemente habría renunciado. Aquella década me mostró una cosa: lo que tiene que hacerse, tiene que hacerse.
No podrías reconocerme en la calle. De hecho, te apuesto que sería la última persona de la que sospecharías. Soy alguien aún con respeto y que cede el asiento en el tren. Vivimos de acuerdo a nuestras reglas, pero me niego a sentirme culpable por ello. ¿De verdad queremos preocuparnos por ello? ¿El mundo se consume y se atreven a poner este tipo de encabezados? La forma que vivimos quizá sea un poco atroz y bastante fuera de lo común, pero me convirtió en la persona que soy ahora: alguien con orgullo, respecto y lealtad.
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Post y Contenido Original de : Excelsior
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