Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
El Niño de Batequitas que aprendió a caminar sobre tormentas…
Hay historias que no se escriben en papel, sino en la piel. Historias que no nacen en oficinas alfombradas, sino en las veredas duras donde el sol quema y la vida enseña sin pedir permiso. Así se forjó Rubén Rocha Moya: entre piedras, pobreza y persistencia. Entre los cerros de Batequitas, Badiraguato, donde el sufrimiento no es tragedia, sino altura de miras. Donde nada cae del cielo, salvo el polvo. Donde todo se obtiene con dos herramientas: una inteligencia superior que Dios le puso en la cuna, y el ejemplo inquebrantable de sus padres que le enseñaron a enfrentar la vida sin miedo.
Quien nace allí no aprende a rendirse. Aprende a resistir. Y resistir es justamente lo que ha hecho Rocha Moya en un Sinaloa donde gobernar es, muchas veces, luchar contra monstruos políticos que mutan, presionan, se esconden y aparecen cuando se toca un interés. La derecha —esa vieja maquinaria que lleva décadas incrustada en los sótanos del poder— no lo recibió con flores. Lo recibió con piedras. Con narrativas inducidas. Con intentos de maremotos mediáticos. Con la esperanza de que no sobreviviera al vendaval.
Pero Rubén Rocha Moya venía de Batequitas, Badiraguato. ¿Cómo iban a moverlo quienes jamás han sentido en la espalda el peso real de la adversidad?
Su brutal bajo perfil fue más que un momento político: fue una revelación histórica. Ahí nació el Rocha Moya que sería y que hoy es gobernador. Ahí descubrió que la política de Sinaloa, mientras estuviera secuestrada por grupos de siempre, jamás permitiría un cambio genuino. Ahí entendió que no basta con criticar desde la academia o desde la comodidad del aula: para transformar, había que meterse al corazón del sistema… y desarmarlo desde dentro.
Lo hizo sin cálculo frío, sin ambición heredada, sin esas rutas de “ascenso” que fabrican las cúpulas. Lo hizo con convicción. Con ese instinto de justicia que nace del dolor, del origen humilde, de recordar cada día que hay quienes no pueden esperar más.
Y así rompió esquemas. Irritó inercias. Sacudió estructuras. Desacomodó intereses. Y Sinaloa se abrió. Se abrió a la posibilidad de un gobierno distinto. Se abrió porque un hombre que nació entre piedras tuvo la osadía de moverlas.
Que quede claro: Rocha Moya no fue solo el gobernador más votado de la historia contemporánea de Sinaloa. Fue el que llegó con mayor legitimidad social. La alternancia que él encarnó pisó callos, incendió egos, rompió viejas cadenas y oxigenó instituciones. Y eso duele a quienes siempre vivieron del estancamiento. Por eso inventan tempestades. Por eso quieren desestabilizar. Por eso buscan narrativas de ingobernabilidad.
GOTITAS DE AGUA:
Rubén Rocha Moya representa algo más profundo que un cambio de administración: representa la reconciliación de la política con la ética pública, la posibilidad de que la ciudadanía vuelva a decidir, la certeza de que la lucha social puede llegar a la silla más alta sin traicionarse.
Y el gobernador es prueba viviente de que las piedras más duras pueden levantar proyectos que transforman estados enteros. De qué del sufrimiento surge carácter. Y de que, cuando la voluntad se forja en el terreno más árido, ningún monstruo político es demasiado grande. Sinaloa necesitaba un gobernador con historia. Llegó uno con origen, con lucha y con destino. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes”…
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