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El irremplazable

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El irremplazable

Gran alboroto ha provocado un simple artículo transitorio, el XIII, de la Ley que reforma el Poder Judicial de la Federación, en tanto viola el artículo 97 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos que a la letra dice en su párrafo primero: “cada cuatro años, el Pleno elegirá entre sus miembros al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el cual no podrá ser reelecto para periodo inmediato posterior”. Pero dado que, al parecer, el Presidente no confía más que en Arturo Zaldívar, la iniciativa le concede la gracia de dos años con la obsecuencia, sin sonrojo alguno, mayoritaria de ambas cámaras, a sabiendas que tal transitorio es violatorio de la Constitución. Lo menos que podríamos esperar los ciudadanos frente a tal aberración es que Zaldívar, la marioneta favorita del Señor, se pronunciara diciendo “cumplidos los años, me voy como lo dispone el texto de la Carta Magna”. Pero nada. Solo silencio.

La encrucijada es clara: o se respeta la Ley Suprema en nombre de la república democrática, o se abre el camino hacia la autocracia. La cobardía sienta sus reales. Más aún cuando el presidente ha aseverado que los ministros que osen oponerse son cómplices de la corrupción. Tiembla la corte. Temblamos todos, acusados de conservadores. Otra burla más del inquilino de Palacio. Zaldívar es el irremplazable: la constitucionalidad o no de su permanencia, al diablo. La Constitución soy yo. Me arrepiento si alguna vez afirmé que ‘nada por encima de la Ley’. Solo fue un desliz, una frase sin sentido. Apoltronado aquí, me desdigo: mi voluntad es la ley. Y digan lo que les venga en gana. Yo sé dónde gobierno, en un país de ‘agachones’, que se conforman con las migajas que les arrojo. ¿Qué no se dan cuenta que ensayo mi reelección, de que este palacio, aunque lo hayan ocupado otros advenedizos, se construyó para mí, para ejercitarme ya en la calumnia, el denuesto, las verdades incomprobables, el combate contra mis adversarios; para desmañanar a los preguntones y aduladores a quienes seducen mis bromas, mi sonrisa irónica, mis carcajadas. Bien sé para qué son mis conferencias matutinas. Para enseñorearme. Porque quiéranlo o no, el pódium es mi trono, mi púlpito, el espacio donde practico la impostura publicitaria. Bien sé también que soy mortal, pero no mi obra que me sobrevivirá por los siglos de los siglos. Pues que no hay retorno: los conservadores y los neoliberales han sido moralmente derrotados para siempre. Soy el iluminado, el mago a quien le basta ondear el pañuelo blanco para sentenciar que la corrupción se ha ido al basurero de la historia.

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