El 3 de agosto de 1916, en la prisión de Pentonville, Londres, el revolucionario y humanista, nacionalista e internacionalista, irlandés Roger Casement era ahorcado por cargos de traición a la Corona británica. Su muerte fue la última de las ejecuciones de los líderes del republicanismo irlandés acusados de haber participado en la insurrección irlandesa de ese año. Cien años después, su ejemplo de vida sigue siendo una inspiración para quienes practican la solidaridad internacionalista en todo el mundo y para quienes buscan alterar las estructuras del poder en un mundo en el cual se ha convertido a la fuerza bruta en la nueva racionalidad de la época.
DE SÚBDITO IMPERIAL A REVOLUCIONARIO ANTI-COLONIAL
Habiendo nacido, en 1864, en el seno de una familia anglo-irlandesa protestante -privilegiada en el orden colonial de esa época, aun cuando estuvieran económicamente arruinados-, desde muy temprano Casement trabajó en las colonias británicas en África. Aun cuando entonces comenzó a familiarizarse con la miseria y la explotación que el sistema colonial trae necesariamente consigo, Casement era, en esta época, un férreo defensor del imperialismo británico. Según una carta escrita por él a una amiga, es solamente con la “Guerra de los Bóer”[1], en 1899, sobre todo a raíz del trato bestial que los ingleses dieron a los bóer, que comenzó a cuestionarse la bondad del imperio: “Cuando la Guerra de los Bóer, yo estaba alejado de Irlanda hacía años –fuera de contacto con todo aquello que era nativo a mi corazón y a mi mente… había aceptado el imperialismo –el dominio británico debía extenderse a toda costa, porque era lo mejor para todo el mundo, y quienes se opusieran a esa extensión debían ser, por derecho, aplastados… bueno, al final, esa guerra me generó cierto recelo, y los campos de concentración aún más”. Pese a sus reticencias, gracias a su conocimiento del contexto y las culturas africanas, Casement termina trabajando en el servicio colonial británico, para luego ser transferido, en 1901, al servicio consular británico. Es en este trabajo que en 1903 se le da por misión investigar las atrocidades de la corona belga en las explotaciones del caucho en el Congo. Su primer informe fue publicado en 1904; en él relata los tratos crueles e inhumanos que sufría la población colonizada por la industria del caucho –que incluían el asesinato, la tortura, la mutilación y la violación. Este informe generó gran polémica, y fue utilizado como un arma propagandística por el Imperio Británico, deseoso de mostrarse al mundo como un imperio ilustrado, racional, en contraste con la barbarie del Rey Leopoldo de Bélgica en el Congo. A raíz de este informe, a Casement se le dio un título nobiliario y se le llamaría “Sir”.
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El servicio consular llevó a Casement a Brasil, donde escuchó de las atrocidades de la Peruvian Amazon Company (Casa Arana) en el Putumayo. Debido a que se denunció la participación de accionistas británicos en las operaciones de esta explotación, él viajó en 1910 y 1911 al Putumayo, al sector alrededor de La Chorrera (actualmente departamento del Amazonas, Colombia) donde pudo comprobar que el repertorio de brutalidad utilizado para explotar a los indígenas de la zona (murui[2] y bora, entre otros), era calcado al que había visto en el Congo. Descubrió también que la empresa había contratado el servicio de negros traídos de Barbados, para servir de capataces y maltratar a los indios, pero que a su vez, ellos mismos eran maltratados: la pirámide de la humillación y la brutalización colonial en acción. Sus denuncias, publicadas en 1912, recibieron mucho menor eco que las del Congo, pues no habrían tenido la misma utilidad geopolítica y esta vez la crítica llegaba al corazón mismo del imperio británico. Sin embargo, el escándalo forzó a los accionistas británicos a retirar sus inversiones de la Casa Arana y a relocalizar las plantaciones de caucho en el sudeste asiático. Esta industria crecía en gran medida por la industria automovilística, que arrancaría a finales del siglo XIX y comenzaría en masa en los albores de 1900. Coincidentemente, Dunlop, la primera fábrica de neumáticos en el mundo, fue fundada en Dublín en 1889, con lo cual las atrocidades que Casement presenciara en el Congo y en el Putumayo, tenían un vínculo directo con la realidad de Casement y la condición colonial de Irlanda.
LA INSURRECCIÓN DE 1916 Y SU LINCHAMIENTO JURÍDICO
Su malestar con la situación en que se encontraba, lo llevó en 1913 a renunciar al servicio a la Corona y en 1915 renunció a su título nobiliario. La experiencia de Casement y su mirada humanista sobre el mundo, hicieron que pese a su posición privilegiada, abrazara la causa de la independencia irlandesa, estableciendo el vínculo entre las atrocidades en las colonias y en Irlanda misma, como él mismo confesó en 1907: “Me di cuenta que estaba observando esta tragedia con los ojos de otra raza, la de un pueblo que otrora habían sido ellos mismos cazados”. Vinculándose tempranamente a Sinn Féin, el partido republicano irlandés fundado en 1905, eventualmente terminaría implicado en la insurrección de Pascuas de 1916, primer intento de independencia irlandés en el siglo XX. Debido a su experiencia consular, tuvo por misión conseguir armas en Alemania –país que entonces se encontraba envuelto en la primera guerra mundial con el Imperio Británico-, país en el que pasó 18 meses, intentando negociar armas y la formación de un batallón con presos de guerra de origen irlandés. Finalmente, consiguió armas para iniciar la insurrección irlandesa en contra del colonialismo británico. Aunque el movimiento republicano irlandés declaraba no servir ni al rey ni al káiser en el contexto de la guerra, la declaración de independencia de 1916 mencionaba a “nuestros galantes aliados en Europa”; de la misma manera que los republicanos de 1798 se habían apoyado en la Francia revolucionaria, y que la campaña del IRA en las décadas de 1969-1990 se apoyó en la masiva inmigración irlandesa en EEUU (una de las razones por las cuales esta guerrilla utilizaba Armalites norteamericanas en vez del conocido AK47), los contactos extranjeros eran claves para garantizar el éxito de una campaña militar en un país tan pequeño como Irlanda. El barco que traería las armas fue interceptado en las costas de Irlanda y Roger Casement fue arrestado en Banna Strand en el condado de Kerry, en la remota costa sur-occidental del país. Sin armas, la intentona insurreccional estaba condenada al fracaso.
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Protestó enérgicamente que en Londres se le juzgara por traición y no por rebelión. Él ya había cortado sus vínculos con la Corona, repudiado su título, y consideraba una afrenta que se le considerase traidor asumiendo su supuesta lealtad a un gobernante colonial. Convirtió su juicio en un espacio desde el cual hizo una elocuente defensa del republicanismo, de sus principios humanistas, de su visión anti-colonial. En sus palabras, queda claro que el nacionalismo y el internacionalismo de Casement nunca estuvieron en contradicción. Su internacionalismo no era un vago sentimentalismo por los “nativos”, sino una activa y férrea denuncia del vínculo entre la explotación capitalista y la barbarie colonial. En esta denuncia se hermanaban los pueblos del mundo en una gran lucha, que no era particular de ningún pueblo aunque asumiera formas particulares en todos ellos. Como dijo valientemente en el banquillo de los acusados, “el imperio británico y el colonialismo británico, son, en todas partes, una usurpación a los derechos de la humanidad. Cuando los nacionalistas irlandeses reclamamos nuestro derecho a la auto-determinación no damos un golpe sólo a nuestro sometimiento nacional, sino también a las cadenas que sostienen a África y a Asia en la misma humillación”[3].
Su nacionalismo no fue ni el chovinismo prepotente de las naciones que se creen con mandato divino o con deber civilizatorio para oprimir a los demás, ni el conservadurismo chovinista de quienes se aferran a los sables y las sotanas para defender, con la patria a flor de labios, la injusticia social, mediante la vieja cantilena de “tradición, familia y propiedad”. No. Su nacionalismo era el sueño humilde de que Irlanda se convirtiera en una más en el concierto de las naciones, como rezaba la Proclamación de 1916, ni por abajo ni por encima de otros pueblos; una nación que reclamara la propiedad colectiva de sus bienes y que tratara con igualdad a todos sus “hijos” (ie., ciudadanos). Antes de asesinarlo físicamente, la Corona buscó asesinarlo “moralmente”. Comenzaron a publicarse una serie de documentos sobre la supuesta homosexualidad de Casement, para quitarle respaldo popular a la causa por su amnistía. Hasta el día de hoy subsiste el debate si esos documentos son o no verídicos; discusión tan bizantina como inútil. La sexualidad de Casement es irrelevante y no tiene ningún impacto, ni negativo ni positivo, sobre su legado. Sin embargo, esta campaña retrata a la Corona británica de cuerpo entero: intolerante, patriarcal, opresiva. Aun así una serie de personalidades del mundo de la literatura, de la academia, de la política, de la religión, de la ciencia y aun el entonces presidente de Colombia, José Vicente Concha Ferreira[4], pidieron clemencia para Casement. Pero todo fue en vano, pues el juicio era una pantomima: la decisión estaba tomada que el castigo debía ser ejemplar.
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UN SIGLO DESPUÉS, EL ESPECTRO QUE PENA AL SISTEMA
Luego el ensañamiento siguió con el cuerpo de Casement. Después de su asesinato físico, su cuerpo permaneció en manos británicas hasta 1965, año en que sus restos fueron devueltos a Irlanda. Hoy se encuentra sepultado en el cementerio de Glasnevin, en Dublín, rodeado de otros mártires de la revolución en Irlanda. Pero la voluntad de Casement fue ser enterrado en la bahía de Murlough, en el condado de Antrim en Irlanda del Norte. Debido a que esa zona de Irlanda aún está ocupada por Inglaterra, ha sido imposible cumplir con la voluntad de Casement, pues las autoridades de ese país prohibieron que Casement fuera enterrado ahí, para evitar la exaltación de sentimientos nacionales entre la población local.
La visión de Casement hasta el día de hoy permanece sin realizarse. Irlanda permanece dividida, su parte norte aún ocupada por Inglaterra; el mundo, después de haber vivido la ola descolonizadora en la post-guerra, ha vuelto a vivir –en la forma de la llamada “globalización”- un oprobioso neo-colonialismo, mientras los nuevos imperios se creen con derecho a bombardear, ocupar y masacrar a quienes consideran “salvajes”. Así como su nacionalismo es indisociable de su internacionalismo, su humanismo es indisociable de su espíritu revolucionario, transformador. El destino de Casement está, aun en su muerte, conectado al destino de la humanidad. Su cuerpo aguarda pacientemente ser llevado a la plácida bahía de Murlogh; pero tendrán que producirse muchos cambios en el mundo para que eso pueda realizarse, entre ellos, la descolonización de Irlanda del Norte. Entonces, por fin el cuerpo de Casement pueda, quizás, descansar en paz. Mientras tanto, Casement sigue siendo la espina en el costado de la opresión colonial y de la explotación capitalista, un espectro que pena a este sistema, y su sólo recuerdo, sigue constituyendo un acto subversivo.
Por José Antonio Gutiérrez D.
3 de agosto, 2016
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NOTAS
[1] La Guerra de los Bóer, fue un conflicto que enfrentó al Imperio Británico con la República de Transvaal y con el Estado Libre de Orange, ambas entidades de colonos de origen holandés, llamados hasta el presente, bóer. Durante este conflicto, el Imperio Británico anexó ambos Estados, dando origen a la actual República Sudafricana. Aunque este conflicto era un conflicto inter-colonial, entre dos Estados institucionalmente racistas (la palabra apartheid es una expresión afrikáans, la lengua hablada por los bóer) y un Imperio igualmente racista se peleaban el control de las minas de oro sudafricanas, el trato bestial del Imperio generó un fuerte rechazo en muchos rincones del planeta, particularmente en Irlanda, donde esta guerra cristalizó la imagen perversa del Imperio. Durante el conflicto, la Corona Británica montó campos de concentración para los civiles bóer y toda una estrategia de hambrearlos y envenenarles las aguas, mientras los bóer enfrentaban mediante la lucha guerrillera a un enemigo muy superior –que movilizó tropas desde todos los rincones del Imperio. No fueron pocos los republicanos irlandeses que fueron a pelear en contra del Imperialismo Británico a esa guerra, entre ellos John MacBride, quien después sería ejecutado en 1916 por su rol en la insurrección en Irlanda.
[2] Llamados frecuentemente huitotos.
[3] Las principales colonias británicas se encontraban en ambos continentes.
[4] Acá jugaron razones de orden geopolítico, pues las denuncias de Casement de la Casa Arana dieron al Estado colombiano un argumento humanista desde el cual reclamar la soberanía efectiva sobre esos territorios, cuestión que se zanjó con la Guerra de 1932.
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Post y Contenido Original de : El Ciudadano
Un siglo del asesinato de Roger Casement, precursor de la solidaridad internacionalista
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