La fiesta de samba más famosa de Brasil ha soportado años de guerra, inflación y despotismo. Pero el furor de la pandemia apagó la fiesta
Ernesto Londoño/NYT
En esta época del año pasado, la sede principal del Carnaval de Río de Janeiro era un caldero de cuerpos manchados de purpurina y escasamente vestidos que se balanceaban, apiñados, al ritmo de los tambores.
Pero el fin de semana pasado, el único rastro de samba en el recinto del Sambódromo eran unos versos melancólicos que Hildemar Diniz —un compositor y aficionado al carnaval conocido como Monarco— canturreaba a través de su mascarilla después de que acudió a ese lugar para que lo vacunaran contra la COVID-19.
“Hay una gran tristeza”, dijo Diniz, de 87 años, quien estaba impecablemente vestido de blanco. “Pero es fundamental salvar vidas. A la gente le encanta ir de fiesta, bailar, pero este año no lo haremos”.
En las buenas y en las malas, el famoso y bullicioso Carnaval de Río ha perdurado, a menudo prosperando cuando las cosas se ponen particularmente difíciles.
La gente festejaba mucho durante épocas de guerra, gobiernos militares represivos, olas de violencia desenfrenada e incluso la gripe española en 1919, cuando el carnaval era considerado como uno de los más decadentes de la historia.
Sin embargo, este año lo único que mantiene levemente vivo el espíritu del carnaval son los eventos en línea producidos por grupos que tradicionalmente realizan extravagantes espectáculos callejeros.
“Para Río es muy triste no poder celebrar el carnaval”, dijo Daniel Soranz, el secretario de Salud de la ciudad. El sábado pasado, por la mañana, estaba en medio del Sambódromo mientras los ancianos se vacunaban bajo carpas blancas. “Este es un lugar para festejar, para celebrar la vida”.
Gabriel Lins, un estudiante de medicina que forma parte de las decenas de vacunadores, recordó las dos veces que vino al Sambódromo, un circuito de desfiles flanqueado por gradas con capacidad para 56 mil personas, donde las escuelas de samba ofrecen espectáculos elaborados y coreografiados obsesivamente. También extraña las fiestas callejeras conocidas como blocos, que recorren prácticamente todos los distritos de la ciudad, mientras miles de personas beben, besan a extraños y bailan con trajes minimalistas.
“Esto es muy, muy extraño para los que estamos acostumbrados al carnaval”, dijo Lins en una mañana húmeda y lluviosa. “El carnaval nos trae alegría”.
A su alrededor, después de casi un año de miedo y sufrimiento, los brasileños por fin estaban armados contra el virus. “Pero hoy también debe verse como un día de alegría”, dijo, mientras la gente hacía fila para recibir sus inyecciones.
Marcilia Lopes, de 85 años, integrante de la escuela de samba de Portela que no se ha perdido un carnaval durante décadas, pareció más aliviada que feliz después de recibir su primera dosis de la vacuna CoronaVac, de fabricación china.
Durante el último año, ha tenido tanto miedo de contraer el virus que se negó a salir de su casa. En su cumpleaños, les pidió a sus hijos que ni siquiera se molestaran en comprarle un pastel; no estaba de humor para celebrar. Este año, Lopes extraña a su amado carnaval, pero lo soporta con estoicismo.
“Estoy en paz”, dijo. “Mucha gente está sufriendo”.
El brote de coronavirus de Brasil ha sido uno de los más graves del mundo. Ha ocasionado el fallecimiento de más de 239 mil personas, y solo es superado por el número de muertos registrado en Estados Unidos, además, varios estados brasileños lidian con una gran cantidad de casos.
Cuando se produjo una segunda ola en los últimos meses, los funcionarios locales de todo el país cancelaron las tradicionales celebraciones del carnaval, que normalmente generan cientos de millones de dólares en ingresos por turismo y crean decenas de miles de empleos temporales.
Los funcionarios de Río de Janeiro esperaban poder celebrar el carnaval a fines de este año, si los casos disminuían a medida que comenzaban a vacunarse las personas. Pero esa perspectiva parece poco probable debido al suministro limitado de vacunas de Brasil, lo que obligó a Río de Janeiro a detener su campaña de vacunas esta semana porque se quedó sin dosis. Las nuevas variantes del virus que los científicos creen que pueden estar acelerando el contagio también están profundizando la incertidumbre, al igual que las preguntas sobre la efectividad de la vacuna.
Marcus Faustini, secretario de Cultura de Río de Janeiro, dijo que por muy doloroso que fuera pasar la temporada de carnaval sin juerga, no había una manera responsable de adaptar la megafiesta a esta era de distanciamiento social.
“No tendría sentido celebrar esta fiesta en este momento y correr el riesgo de generar una oleada de casos”, dijo. “En este momento, lo más importante es proteger las vidas”.
Los cariocas, como se les llama a los residentes de Río de Janeiro, no son conocidos por seguir las reglas. Por eso, el gobierno de la ciudad ha desplegado a un grupo de trabajo de unos mil policías que se encargan de recorrer las calles, y las redes sociales, en busca de los bares clandestinos del carnaval.
Aunque los cuerpos de seguridad han suspendido algunas reuniones clandestinas y fiestas en barcos, la gran mayoría de los organizadores tradicionales de las fiestas del carnaval parecen estar cumpliendo las reglas. Sorprendentemente, hay pocas restricciones oficiales para bares y playas, que han recibido grandes aglomeraciones de personas en los últimos días y donde rara vez se aplica el uso de mascarillas impuesto por las autoridades de la ciudad.
Los funcionarios esperan que los hoteles, que a menudo se agotan durante el carnaval, tengan una tasa de ocupación del 40 por ciento esta semana. Los destinos turísticos donde la gente a menudo se concentra, incluida la estatua del Cristo Redentor y el Pan de Azúcar, están abiertos y reciben cientos de visitantes por día.
Leo Szel, cantante y artista visual, se encuentra entre quienes están de luto por este año sin carnaval, que es especialmente doloroso después de los meses de dolor, aislamiento y malas noticias que han vivido.
“Para mí, el carnaval significa un tiempo libre, es como una zona temporal autónoma que es casi una anarquía, donde hay libertad”, dijo.
Aunque varios grupos populares de fiestas callejeras han transmitido eventos grabados en los últimos días, Szel dijo que él y sus compañeros, que lideran el bloco Sereias da Guanabara, que es popular entre las personas LGBTQ, no había recaudado dinero para producir un evento en línea.
Se encuentran entre los miles de personas que están sufriendo económicamente por la pérdida de las fiestas callejeras, que requieren meses de planificación y emplean un ejército de coreógrafos, escenógrafos, fabricantes de vestuario, artistas y vendedores.
“Es desolador”, dijo Valmir Moratelli, un documentalista que ha hecho una crónica de los últimos carnavales, que se vieron afectados por la recesión económica, oleadas de crímenes callejeros y el alcalde evangélico de la ciudad, recientemente fallecido, que recortó los fondos para el desfile de samba y no ocultaba su desdén por la temporada de hedonismo.
“La gente es pobre, sin disfraces se sienten miserables”, agregó Moratelli.
Diniz, el compositor, dijo que toda la frustración y el dolor reprimidos que están sintiendo los brasileños impulsarán el próximo carnaval cuando sea seguro volver a la juerga.
“Lo esperamos tanto”, dijo. “La gente tiene sed de alegría”.
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