Arribamos a la recta final del año, y lejos de superar la pandemia por coronavirus, nos encontramos de nuevo en un punto de alto contagio y mortalidad: si bien es cierto que mucho de esto sucede porque no existió (ni existe) una directriz real desde el gobierno, en tanto hay declaraciones que van de un lado a otro y las cifras que nos dan todos los días están manipuladas, también lo es que la gente bajo la guardia y supone que las cosas no suceden.
A pesar de haber regresado al llamado semáforo rojo, espanta (más bien indigna) ver locales comerciales abarrotados, y a muchísimas personas en la calle tan campantes y quitadas de la pena, incluso sin la mascarilla.
En la primera oleada escuchábamos que la gente moría, pero con el paso de los meses, esa gente está cada vez más cerca de nuestro círculo de interacción, a pesar de ello, la imprudencia de las personas resulta inconcebible.
Personas de grupos vulnerables del tingo al tango, visitando la Central de Abasto o el centro histórico; usuarios del transporte público comiendo en el metro o el autobús, otros tantos gritando a los cuatro vientos que son jóvenes y por eso a ellos no les pasa nada.
La instrucción ha sido clara desde siempre: quédate en casa, pero es mucho más fuerte la necesidad de andar afuera, so pretexto de cualquier cosa. A cuantos conocemos que juran y perjuran que nunca salen, pero siempre que se les busca en sus hogares, casualmente jamás están. Cuando se les pregunta, la respuesta de siempre: nada más fui al banco, solamente fui por víveres, tenía que salir por pan, etc, etc, etc. Eso ni ellos se lo creen, pero cada quién lidia con su consciencia.
Con esas posturas, habrá cientos de casas que en lugar de una noche buena, tengan que estar velando a sus difuntos, para luego retacar las redes sociales con mensajes hipócritas y meramente de lucimiento: hasta siempre mamita, nunca te olvidaremos; adiós abuelito, estás en nuestros corazones. ¿No era más sencillo guardarse un poco? Esa es la mejor manera de mostrar a nuestros seres queridos que de verdad son importantes y valiosos.
En fin, si prefieren su mortal navidad, tampoco les podemos quitar ese deseo.
Esta es la última nota del año, que ha sido atípico y retador para todos; ojalá hayamos aprendido la lección y demos verdadero valor a las cosas; la riqueza no está en las posesiones, sino en los afectos.
Agradezco su estoicismo de leerme cada semana; este trayecto no tendría sentido sin los ojos de los lectores que se constituyen en la razón de ser para todos quienes tenemos el privilegio de compartir ideas, pensamientos y reflexiones a través de los medios.
Los mejores deseos para un 2021 que, ojalá, venga con menos tinte dramático y con más alegrías para todos.
Tiempo para guardarnos y disfrutar de nuestros seres queridos; platicar con ellos, convivir, ser creativos. En armonía.
Si todo sale como esperamos, estaremos de vuelta el jueves 7 de enero del nuevo año.
¡Felices fiestas!