Por Socorro Valdez Guerrero
El ambiente se inunda aún de la Sonora Santanera, de esa música de ayer, obligada en diciembre.
Presente en esta época que ahora no es mi preferida. Escucho, otra canción, y me remonta a la realidad. Y a lo certero de José Alfredo Jiménez, “Amarga Navidad”.
Ambas me llevan al pasado y al presente.
A mi niñez, aún también a mi adolescencia, a mi juventud y a comparar, el hoy con el ayer.
A aquellos cuartitos de esa casa de ladrillo, donde juntos disfrutábamos la época decembrina como muchos otros aún en la escasez.
Una vivienda con techo de lámina que en época de lluvias filtraba el agua.
Un intento de cocina, con esa alacena de lámina y piedra mármol, sin sala ni muebles.
Un maltrecho comedor y mesa de formaica, justo seis viejas sillas.
Una fosa séptica por baño y tres hermanos, dos hombres que ya no están, y que una vez compartíamos el mismo cuarto con mis padres.
Nosotros divididos en una litera por género. No había árbol de Navidad ni luces que lo adornaran, sólo ¡Familia!
Había música, sólo alegría, sin miedo a abrazarnos ni temor de convivir.
Ya adolescente, tenía mi improvisado cuarto y puerta de madera, que me aislaba de los demás, junto con mis sueños de cada diciembre, un ¡Árbol y una majestuosa cena!
Lo que me impulsó a la creatividad, a simular uno en la pared de ladrillo, con escarcha, no recuerdo si plateada o verde, y con pequeñas esferas que compré en la papelería. Hoy sería minimalista.
Y también ahora otro mi anhelo, ¡sólo una familia! Sin miedos, sin riesgos de contagio. Que igual que aquel árbol y aquella cena como en otros hogares, tampoco la podemos tener.
En aquella época, mi padre obrero sin posibilidad de comprar un pavo. Mi madre ama de casa, cuyas manos hacían lo mejor para la cena decembrina.
No había bacalao, pierna ni todas las exquisiteces de la época. ¡Había salud, sin peligro de contagio!
En la mesa de nuestra familia, romeritos y ¡Felicidad! Sin regalos ni ¡Lujos!
Sólo pollo rostizado y ensalada rusa como cena, con el mejor aderezo, el ideal en tiempos de zozobra y muerte: ¡La felicidad en familia!
La calidez de un verdadero ¡Hogar! Cuando ¡Todos!, están juntos, cuando no hay sillas ni espacios vacíos.
Sí, hoy hay muchas sillas vacías en mi hogar, en los de otros. Hay tristeza, hay sufrimiento.
Hay cuatro sillas sin ocupar y mucho vacío en el alma, en el corazón, ¡en el hogar!
Hoy se puede tener una cena, un árbol, que al menos yo no deseo.
Aún no se cómo le hacían ellos para hacernos felices en las carencia, en la sencillez de una cena.
No había copas, no había manteles ni siquiera cubiertos, aunque nunca faltó la sidra rosada ni rompope, ambos gusto de mi madre para desearnos lo mejor.
Había cohetes que también quedaron en recuerdo y dejan sólo una Navidad, envuelta en tragedia, en dolor por lutos en las familias.
Esa Navidad que queda en ayer, como aquellas cajitas con luces de bengala que nos repartían mis padres para que juntos las encendiéramos después de los abrazos de la media noche.
Como aquella colación y lagrimitas de dulce. Aún recuerdo su olor y los que traían una cascarita de naranja. Los escogía y dejaba los de cacahuate.
No olvido el aroma a colación y ponche que inundaba ese humilde hogar, que entonces, aún en lo sencillo, brotaba la alegría .
Cada época decembrina anhelaba lo que otros tenían. Hoy no quiero árbol ni cena. No extraño los adornos ni deseo una majestuosa mesa con cubiertos y manteles.
Quiero aquella, la nuestra con sólo cucharas y platos, cargada de felicidad. Quiero alegría en todas las familias.
Las manos de mi madre adornar con amor esa pequeña mesa para sentarnos todos a cenar.
Quiero esa tele en blanco y negro transmitir la felicidad navideña. No el ¡Quédate en casa!
Quiero escuchar ese pequeño radio, que tal vez era el que transmitía las canciones de la Santanera, porque no recuerdo dónde o cómo la escuchábamos si no había tocadiscos.
Hoy mi mente retrocede cada que en la calle la oigo. Retrocedo en el tiempo con dejo de tristeza, de melancolía, de nostalgia.
¡Uf!, ¡que tiempos, era feliz!, hoy me hace suspirar y saber que la familia mexicana aún en sus carencias era feliz.
Podíamos abrazarnos, sin miedo mostrar amor, sin temor abrir la puerta y recibir o visitar a otros.
Hoy anhelo vivir así, palpar la escasez a cambio de volver a tener familia.
Ver a mi padre, a mi madre, a mis dos hermanos e inundar nuestro cuartito con esas melodías y ese olor a colación, ¡a felicidad!
Ver a mis hermanos juntos, abrazarlos a ellos que se fueron, y sonreír a la vida, sin envidias y sólo las peleas de niños por las luces de bengala.
Visitar a mis abuelos. Saborear esa pobreza, con la riqueza del alma para gritarle a todos ¡Somos felices! ¡Disfrutamos la Navidad, las luces de colores! ¡A la familia!
Sí, aunque no tengamos un árbol, aunque sólo recordemos ese hermoso nacimiento que mi abuela colocaba y al que íbamos a a disfrutar de sus muñecos de yeso descarapelados y rotos.
¡Qué tiempos, que época, que dicha!
Que alegría, que gusto escuchar y saber que la Santanera perdura para sacudir mi mente, para recordarme que alguna vez hubo una ¡Navidad feliz! Sin semáforo rojo, sin gobiernos negligentes que dejaron luto en la familia.
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