El perro xoloitzcuintle, cuya historia se remonta a más de 3 mil 500 años atrás, fue creado por el dios de la muerte para proteger a los vivos y guiar las almas de los difuntos a través del Mictlán, el inframundo o la ciudad de los muertos, según la creencia azteca.
El término xoloitzcuintle se origina del náhuatl Xólotl, dios del ocaso y de la muerte, e itzcuintli, perro. Xólotl es el hermano gemelo de Quetzalcóatl, que representa su contrario: oscuridad, inframundo, muerte.
La función más importante que se creía cumplían los xoloitzcuintles, era la de ayudar a las almas atravesar por un profundo y caudaloso río que atraviesa el Mictlán.
Pese a su bondad, se negaban a ayudar a quien en vida habían tratado mal a lo animales, en especial a los perros, por lo cual estas perecerían y jamás lograría cruza el inframundo.
Sin embargo, si las persona había sido generosa a los perros, el xolo gustoso, tomaría su alma, la pondría sobre su lomo y la llevaría a salvo hasta el otro lado.
La leyenda del xoloitzcuintle cuenta que si este es color negro, no podrá llevar a las almas del otro lado del río, pues su color indica que ya se ha sumergido en este y ha guiado ya a suficientes almas a su destino. De igual forma, si es blanco o de color muy claro, tampoco podría atravesar el río, pues eso significa que es muy joven y aún no ha podido alcanzar la madurez para lograrlo.
Solamente cuando son de un color gris jaspeado, (que es lo usual en ellos) podrá llevar a cabo esta importante tarea.
El xoloitzcuintle estuvo al borde de la extinción durante la colonización europea, por dos razones: los conquistadores hallaron en él una fuente de alimento inmejorable para sus expediciones; porque se buscaba eliminar las tradiciones religiosas relacionadas a este animal.