Murilo Kuschick[1]
[1] Profesor-Investigador, Departamento de Sociología, UAM-Azcapotzalco, [email protected]
La crisis del Coronavirus ha provocado en todas las sociedades un conjunto de efectos tanto en materia de salud como económicos.
Los efectos en el ámbito de la salud pública son visibles aun cuando no son perceptibles por la población de manera directa.
Vaya, no es un temblor o un huracán en donde uno observa cierto tipo de resultados como la destrucción de edificios, casas y la consecuente pérdida de vidas humanas, bienes etc.
En el caso de la pandemia los efectos son individuales en personas que enferman, tienen y presentan sintomatología que los acerca a una serie de enfermedades respiratorias, de ahí la neumonia atípica.
Por tanto, es una epidemia abstracta que va atacando a personas, pero no se manifiesta como una peste; sin embargo, es silenciosa y no sabemos cómo nos va a afectar y cómo puede finalmente matarnos.
De ahí que las autoridades epidemiológicas frente a la no existencia de vacunas han buscado el alejamiento, la sana distancia entre las personas con la finalidad de evitar el contagio y la propagación del virus.
Si bien en los distintos países se han adoptado distintas estrategias para lograr la contención de la propagación de la pandemia, el hecho de que los políticos son los que tiene tomar las decisiones y encaminar las políticas; entre los muchos países sobresalen tres en donde sus dirigentes han mostrado conductas un tanto cuanto atípicas, por un lado intentando minimizar sus efectos y por el otro hacer ver que la crisis es pasajera y rápidamente podremos regresar a la normalidad.
Entre estos políticos sobresalen Donald Trump de EU, Jair Bolsonaro de Brasil y Andrés Manuel López Obrador de México.
El primero definió que el coronavirus era una gripe, una epidemia originada en China que luego llegaría a su fin.
Bolsonaro ha ido a cafés, ha saludado a la personas, y ha cuestionado a su propio ministro de la Salud. Hasta promovió su alejamiento del cargo, sino fuera por sus ministros militares que se han opuesto a él. Ademas, impusieron a una especie de Primer Ministro, el General Braga Neto, quien ha intentado impedir que las declaraciones del presidente y de sus hijos dañe la imagen del gobierno y de sus intentos por lograr resultados frente la pandemia.
El otro caso es el de López Obrador, quien ha definido el Covid-19, como una crisis pasajera. Se mantuvo descalificando las medidas de sana distancia y confinamiento con saludos de mano, abrazos, y visitas a pueblos y comunidades y hasta saludar a madres de narcotraficantes, ademas de plantear que se protege con amuletos, billetes de un dólar, rezos y hasta con la cultura del pueblo mexicano.
¿Que tanto realmente me estoy distanciando de los demás en cuarentena?
Pese a este tipo de expresiones y acciones que muestran la necesidad de volver a una normalidad que la pandemia ha modificado, todo esto se puede relacionar con la crisis económica y con la última crisis que se suscitó a raíz de la caída en los precios del petróleo que ha tenido consecuencias nefastas para la economía mexicana, pudiendo conducir hacia otra crisis con los países miembros de la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) organización que México no es miembro pero fue invitado a participar para logar un acuerdo para frenar la guerra de precios que se originó entre dos de sus integrantes, Rusia y Arabia Saudita, dos de los mayores productores del mundo con cerca de 20 millones de barriles de petróleo al día.
Uno de los intentos con esta guerra de precios por parte de Rusia seria la de disminuir la participación en el mercado de los Estados Unidos -en la actualidad el mayor productor del mundo-, gracias a una innovación tecnológica, el fracking, que significa la explotación horizontal mediante la inyección de agua y líquidos, mismas que posibilitan extraer petróleo y gas de rocas. Empero, esta tecnología sólo es redituable con precios arriba de 40 dólares por barril, mientras que otros países como México extraen crudo a 16 dólares barril o hasta menos.
Como el mercado llegó a comprar a precios inferiores a los 16 dólares, se inundó el mercado con bajos precios, aunado a que con la pandemia se cayó la demanda. (además de los altos inventarios ya no hay donde almacenar el crudo).
Por lo tanto, los miembros de la OPEP buscaron un acuerdo y la idea de reducir la producción y la oferta mundial a menos de 100 millones de barriles y con esto lograr la estabilización de los precios y de la oferta, con una reducción del 10% de la oferta de los países productores.
Sin embargo, México no aceptó dicha propuesta y sólo se propuso disminuir un 5% de su oferta. Creemos que la posición mexicana deriva más bien del hecho de que aceptar bajar la producción que ya se acercaba al 1,800,000 barriles diarios significaría un retroceso en los esfuerzos del gobierno de López Obrador por tener una estrategia exitosa en PEMEX después de muchos años de resultados negativos y de una industria petrolera condenada al fracaso y a la baja de su producción.
Por lo tanto, como a Estados Unidos le conviene mucho más bajar la oferta en el mercado con tal de hacer que los precios ya no sean tan bajos y lograr que sus productores ya no pierdan tanto, de ahí que para que el acuerdo de la OPEP sea exitoso aceptó bajar su producción en 250,000 barriles apoyando a México.
Si bien esto implica el cobro del favor en el futuro, lo que significa que nada en esta vida es gratis, la posición mexicana al casi impedir un acuerdo en un cartel tan importante, aun cuando la posición del país es minoritaria en términos de producción muestra la política de la 4T que quiere obtener beneficios de un mercado con menor oferta, y por tanto con mayores precios, pero sin disminuir su participación, lo que en los términos aparece como imposible.
Si la oferta global en el mercado petrolero es de cerca de 100 millones de barriles diarios y la demanda actual no supera los 80 millones de barriles, es claro que los precios no van a repuntar en el corto plazo y que PEMEX no obtendrá beneficios en el corto plazo, sólo si se pliega a las condiciones que el mercado está proponiendo y que los compradores tienen un gran abanico de ofertas.
Así podemos plantear que la actitud de México al intentar mantener su producción y su lugar en el mercado es una estrategia arriesgada que si bien tuvo un final feliz por la participación de Estados Unidos, esto no garantiza una no represalia de los grandes productores como Rusia y Arabia Saudita que finalmente pelean por el mercado norteamericano y que México, por las ventajas comparativas de proximidad debe tener costos de oportunidad para vender ahí.
Por lo tanto, la estrategia de López Obrador por un lado genera una pugna con Rusia y Arabia Saudita pero aumenta nuestra dependencia con los Estados Unidos, por lo tanto encontramos a un gobierno de izquierda que con tal de paliar y resolver sus problemas internos, acentúa su dependencia con su principal enemigo histórico: los Estados Unidos de Norteamérica.