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En el Gobierno Federal solo importa el presidente

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En el Gobierno Federal solo importa el presidente

La renuncia de Carlos Urzúa dice algo sobre el fenómeno López Obrador. A su manera él lo dijo este miércoles: si durante tantos años no pudieron acabarme como opositor, mucho menos lo conseguirán ahora que soy presidente

La ventaja de sentirte del lado correcto de la historia es que te vuelves impermeable a las circunstancias. Es el caso de Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, para quien no hay contratiempo que no pueda ser resuelto con una referencia a Benito Juárez o a Francisco Madero, que gobernaron al país 150 y 100 años antes, respectivamente.

La renuncia del ministro de Hacienda este martes fue tratada por el presidente con la misma flema histórica. Lo que durante todo el día fue catalogado por sus adversarios como el tsunami de su Gobierno, el principio del fin y una tragedia para la economía mexicana fue despachado por el presidente con una clase de historia al día siguiente a lo largo de una hora en la que respondió con candidez a una docena de preguntas de los reporteros.

En esencia, AMLO dijo que Carlos Urzúa se había ido porque estaba en desacuerdo con él por el Plan de Desarrollo y con Alfonso Romo, su jefe de Gabinete a cargo de las relaciones con la iniciativa privada, por disputas en el manejo de la banca de desarrollo. Describió que Urzúa se reunió con él una hora antes de hacer pública su renuncia y le ofreció retrasarla hasta el sábado para no afectar a los mercados financieros. Pero el mandatario le dijo que no quería pasarse la semana esperando al sábado y le aseguró que no iba a suceder nada con los mercados.

Ni siquiera le pidió cambiar los duros términos de la carta de renuncia, en la que el ministro acusaba a otros miembros del Gobierno de incurrir en conflicto de intereses o no tener capacidad para cumplir sus funciones. “Habría sido peor que se fuera por motivos de salud, como se acostumbraba antes”, dijo López Obrador socarronamente. Hoy se ventila todo, afirmó. Y en efecto, con su disposición a hablar abiertamente de los motivos de su ministro para dejar de serlo, AMLO conjuró los rumores, especulaciones y presagios funestos que circularon durante la jornada.

Y adelantó que podrían presentarse más renuncias como resultado de diferencias de parecer entre los hombres y mujeres que lo acompañan, más aún que le parecería natural porque no desea cortesanos acríticos.

Aseguró que escucha sus objeciones, cuando las hay, pero al final él toma la decisión y respeta que renuncien cuando no estén de acuerdo pues le parece que es un asunto de convicciones.

A la postre el presidente tuvo razón en lo que concierne a este caso. La Bolsa de Valores y la cotización del peso sufrieron tenuemente durante algunas horas, pero se recuperaron inmediatamente después de que se designó como nuevo responsable de las finanzas públicas al subsecretario Miguel Herrera, un hombre con experiencia en el Banco Mundial y en la tesorería de la Ciudad de México.

La anticlimática conclusión y escasa repercusión de la sorpresiva y escandalosa renuncia del cargo más importante del Gabinete tendría que decirnos algo sobre el fenómeno López Obrador. A su manera él lo dijo este miércoles: si durante tantos años no pudieron acabarme como opositor, mucho menos lo conseguirán ahora que soy presidente.

Y citó a Omar Torrijos, el finado líder panameño; quien dijo que “el que se aflija se afloja”. Y por lo visto López Obrador está decidido a que nada lo aflija, convencido como está de que la justicia y la ética están de su lado.

Se dice, con razón, que las expectativas no cumplidas provocan incredulidad y afectan la legitimidad, pero lo mismo podríamos decir de los muchos agoreros del desastre que no llega. Primero juraron con conocimiento de causa que un triunfo en las urnas de López Obrador provocaría de manera inmediata la caída de la moneda, la salida masiva de capitales y el desplome de la economía. Luego han querido ver en cada conflicto, error o contratiempo una crisis política o económica decisiva, el advenimiento de la anunciada debacle de un Gobierno al que no se le da la menor oportunidad. Ahora no fue la excepción.

Las columnas políticas hablan de un martes negro, de una renuncia que tendría consecuencias “brutales para la estabilidad del país” o que se trataba de “la gran fractura” del equipo gobernante; el principio de la caída; la demostración fehaciente de la corrupción. Al final no pasó absolutamente nada.

Se acusa a López Obrador de vivir en su propio mundo, pero lo mismo podría decirse de sus muchos adversarios. Desean con tanta intensidad que se cumplan sus temores, en buena medida alimentados por su aversión al mandatario, que ven en cada señal la confirmación de sus profecías.

El problema de estar anunciando la llegada del lobo sin que eso suceda es que se pierde la credibilidad para seguir invocando alarmas.

EL PAÍS