Mientras pasaba sus días en un orfanato en Birmingham, Inglaterra, lo único que Phyllis Whitsell hacía, era soñar en conocer a su madre biológica. Aunque las estrictas monjas a cargo le decían que su padre había muerto antes de que ella naciera, y su madre seis meses después, de alguna manera, mantenía la esperanza de que la historia no fuese cierta.
La familia que la adoptó fue amable y Phyllis hizo todo lo posible por encajar, pero siempre se sintió diferente a sus hermanos adoptivos.
No fue hasta que cumplió 25 años, en 1981, que Phyllis finalmente decidió que no podía seguir así, sin saber la verdad sobre su madre. En ese momento trabajaba como enfermera, estaba casada y próxima a dar a luz a su primer hijo.
Visitó el orfanato donde pasó sus primeros cuatro años de vida y ahí se enteró que de su madre había sido una mujer irlandesa llamada Bridget Mary Larkin.
Su vida estuvo llena de angustia y miseria: después de haber sido maltratada por su hermano mayor, había huido a Coventry, donde había desarrollado una grave adicción al alcohol. Tuvo cinco hijos con cinco hombres diferentes, todos los cuales fueron adoptados o cuidados por otras personas.
En 1956, Bridget, entonces de 28 años, había intentado criar a Phyllis, pero un día olvidó a su bebé en un pub mientras se emborrachaba. Después de eso decidió que le daría una vida mejor y la entregó. Bridget había visitó a Phyllis en el orfanato varias veces, pero todas las veces estaba muy borracha.
Phyllis encontró a un oficial que le contó que su madre tenía 52 años y vivía en circunstancias espantosas en un casa en el antiguo barrio rojo de Birmingham.
Tanto el oficial como su esposo le recomendaron no ponerse en contacto con ella, porque podría ser perjudicial para su salud, especialmente en su estado. Phyllis decidió postergar la búsqueda.
Pero cuando su hijo cumplió dos meses, decidió seguir y conocerla. Vestida de enfermera, llamó a la puerta de la vieja casa en ruinas en la que vivía Bridget. Estaba llena de dudas y temor. No hubo respuesta, así que abrió la puerta con suavidad y, por primera vez en dos décadas, vio a su madre, sentada en lo alto de la escalera.
La anciana habló un par de cosas poco coherentes y luego balbuceó sobre un “adorable bebé que tuvo que regalar”. El corazón de la enfermera “latía con fuerza”. Pasaron unos minutos de conversación y se sintió realmente abrumada, por lo que decidió irse y decirle que volvería.
Phyllis agregó a Bridget a sus rondas semanales de enfermería como si fuera solo otra paciente, pero en su interior se agitaba con emoción cada vez que la veía.
Comenzaron a pasar bastante tiempo juntas, donde conversaban, comían o simplemente caminaban. Lo hizo por 9 años. Phyllis siempre mantuvo su secreto. “Sentí que era mi turno de cuidarla. Nunca la juzgué, fue víctima de una adicción y no tuvo oportunidad”, dijo.
Durante nueve años, Phyllis visitó a su madre, cuidándola. Bridget seguía consumiendo grandes cantidades de alcohol y a medida de que su salud empeoraba, Phyllis se dio cuenta de que si no le decía la verdad ahora, no volvería a tener otra oportunidad.
“Tomé su mano y le dije quién era yo, pero mientras hablaba las palabras que había retenido durante tanto tiempo, me di cuenta de que me había marchado demasiado tarde. Su demencia había empeorado tanto, que solo me miró con una expresión como en blanco”, contó Phyllis.
Su corazón se rompió en mil pedazos y se preguntaba a menudo si debió haberlo hecho antes. Cuando Bridget murió a los 62 años, Phyllis fue una de las pocas personas que asistieron a su funeral. Finalmente ella se sentía afortunada por haber conocido a su madre.
Source: UPSOCL