Creo que hay que tener cojones para salir a la calle y mendigar para poder vivir. Es cierto, pueden ser muchos los motivos que llevan a las personas a hacerlo, algunos más y otros menos aceptados por el común de la gente, pero lo cierto es que no es una tarea fácil. Y eso puedo asegurarlo. Luego de haberle pedido dinero a decenas de personas en la ciudad entendí que algo simple, claramente no es.
Cuando me paré en medio de la calle en un sector acomodado de la capital de Chile, Santiago, vistiendo una chaqueta gastada, botas y una manta roñosa encima, sentí algo de nervio. La gente me miraba, o al menos eso creía yo, y la sensación de que me encontraría con alguien conocido estaba siempre presente. Ya imaginaba a algún amigo de mis padres contándoles que vieron a su hijo mendigando limosna en el semáforo. “¿Tu hijo está bien? Lo vimos pidiendo dinero entre los autos…”, Eran las preguntas que se clavaban como dardos en mi cabeza. Me asusté un poco, pero de todas formas decidí continuar con mi propósito, y entonces esperé que diera la luz roja. Puse las dos botas viejas en el pavimento y me lancé a pedir monedas. Un amigo tomó fotos de todo lo que ocurrió y nunca nadie se dio cuenta.
Me movía errático entre los vehículos, y la primera vez no supe acercarme a la ventanilla de los conductores para mendigar.
-Me da vergüenza. -Le dije a mi amigo, algo confundido. –La próxima luz roja voy.
Él me miró como diciendo, “tu querías ver lo que se siente”, y entonces supe que estaba en el límite entre hacerlo o abandonar la idea. No pasaron más de 20 segundos hasta que el semáforo volvió a detener los autos y en ese momento me obligué a partir.
-¿Una monedita, señora? -Le pedí a la primera mujer que se detuvo frente a mí, pero ella ni se dignó a abrir la ventana. Sólo negó con la cabeza y yo pasé al siguiente auto, nuevamente sin recibir dinero.
-Esto va a ser difícil. -Pensé volviéndome hacia mi amigo.
-Que pase lo que tenga que pasar. -Dijo él.
Estuve alrededor de 30 minutos en eso, luchando contra la vergüenza para pedirle dinero a la gente, sin conseguir un solo peso. Un conductor incluso se pasó la luz roja con tal de alejarse de mí, y yo me senté en le berma, frustrado.
Cuando volví a pararme, decidí que esta vez sería más entusiasta. Un vagabundo de verdad haría lo que sea por conseguir dinero, yo tenía que actuar igual.
Me acerqué a otro auto, toqué la ventanilla y junté las manos como rogándole al conductor que me diera lo que tuviera.
-¿Una monedita, por favor? -Pedí.
-¿Tú no deberías estar trabajando? -preguntó mientras bajaba la ventana.
-Créame que esto no es fácil. -Le contesté, y el tipo me dio tres monedas. Fue la primera limosna que conseguí en mi vida.
-Parece que es cuestión de actitud. -Me dije estirando la mano para que mi amigo fotografiara las monedas, y luego volví a la calle con más determinación aún.
“¿Me ayuda con una moneda? Todo sirve… Una monedita, por favor”. Repetí hasta el cansancio acercándome y alejándome de las ventanillas. Muchos peatones me miraban, algunos extrañados, mientras que otros con rechazo. Pero no me importaba, yo quería saber qué tan determinante era la actitud a la hora de conseguir mi objetivo. De pronto, un hombre me dio un billete.
Todo mejoraba, la gente era más amable y las limosnas más generosas. Incluso, un hombre me dijo que ese no era el mejor semáforo para pedir dinero y sugirió otro donde el tráfico era mucho mayor. Me dio todas las monedas que tenía en el auto y se marchó. La media hora de frustración inicial había desaparecido por completo, y lo que estaba viviendo en ese minuto era hasta entretenido, sin embargo, me nació una duda.
¿Qué voy a hacer con este dinero?, me pregunté.
Y claro, la duda era razonable porque todas las monedas y billetes que ya tenía en los bolsillos no eran míos. O más bien, los había conseguido engañando a la gente. Yo no era un vagabundo; yo trabajo, tengo la inmensa suerte de poder llegar a una casa a dormir todos los días, tuve una buena educación, salud, y aún así, ¿estaba pidiéndole dinero a la gente en la calle?
Me encontraba inmerso en ese cuestionamiento cuando vi a un verdadero mendigo que cruzaba la calle de al frente. Inmediatamente conté el dinero, eran 6 mil pesos chilenos (casi 13 dólares), le dije a mi amigo que lo siguiéramos y entonces partimos.
Caminamos tras él y nos perdimos entre las calles, llegamos a un callejón, y cuando me lo topé de frente, le hice un gesto para que me escuchara un segundo. El se giró y, amablemente, me contó acerca de su vida.
Se llama Victor y vivía en el sector, llevaba una bolsa de tienda con comida que le había regalado una señora en la plaza, y me hacía muchas preguntas.
-¿Por qué andas vestido así? Tú no eres como yo. -dijo, pero yo no supe bien qué responderle. En realidad, era muy poco lo que sabía, pero sobre lo que sí estaba seguro, -sobre lo que sí estoy seguro- es que mendigar no es fácil.
En ese momento fui donde mi amigo que guardaba el dinero que yo había recolectado. Le dije que me lo entregara, caminé nuevamente hacia el mendigo con los billetes y se los pasé a él. Esa escena pudimos registrarla.
Mendigar no es tan fácil como parece, hay que tener cojones para hacerlo.
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Post y Contenido Original de : UPSOCL
Me convertí en vagabundo por una día. Y esto pasó cuando pedí dinero en la calle
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