En México se inaugura un nuevo capítulo en la vida nacional. Las dudas que nos asaltan también son acuciantes, pero con todo el fardo de carencias, defectos y retrasos que nos heredan los sexenios anteriores, nuestras condiciones no son tan dramáticas como las muertes y ruinas que agobian a los habitantes de otras regiones. Considérense las penalidades angustiosas de años tan difíciles en México, como fueron los primeros veinte después de 1910 y cómo se fueron dispersando dentro de nuestro pasmo actual.
En nuestro país nunca ha habido voluntad para prever lo que ha de suceder en el futuro inmediato. Los hechos se han desenvuelto sin un orden perceptible y las influencias externas han valido más que las propias.
Las incógnitas de hoy se centran en suposiciones sobre lo que el futuro Presidente está planeando y algunas de declaraciones recientes desconciertan, dejando la impresión de que no están decididas muchas estrategias y que los énfasis entre sus numerosos proyectos están por asentarse.
Pese a esas imprecisiones, parece supremamente clara la intención del señor Presidente electo de remodelar al país conforme a parámetros muy diferentes a los del liberalismo capitalista que ha guiado al país desde el siglo XIX, conforme a las constituciones del ‘57 y 1917. Tal cambio está inscrito entre los propósitos fundamentales del señor López Obrador. Entre tales cambios, destaca el propósito de llevar al país a un sistema participativo de democracia, etapa que sigue a la representativa, pese a que ésta nunca agotará su potencial. La instalación de un sistema de consultas populares ha de realizarse, aun sabiendo que continúa la depuración de los anquilosados vicios electorales.
López Obrador busca que un sistema de consultas populares se constituya en hábito para que la ciudadanía se involucre en la vigilancia, ejecución y cumplimiento de los compromisos de los legisladores y funcionarios del Ejecutivo, que a su vez se valga de él como guía.
La continuidad de la atención ciudadana, después del momento electoral, es, sin duda alguna, necesaria para el óptimo funcionamiento de la democracia. Dos comentarios son necesarios al respecto: en primer lugar, la atención ciudadana que tiene es limitada. No se mantendrá una activa participación cívica demasiado prolongada y para todo momento. Insistir en exigirla repetidamente para asuntos de menor importancia agotará su interés.
Por otra parte, es indispensable que la organización de las consultas sea completamente independiente de todo partido político. Las consultas hasta ahora realizadas no cumplen este requisito.
Al lado de dicha democracia participativa, el nuevo Presidente prevé una relación más directa que nunca entre el empresariado y los planes de desarrollo que el gobierno quiera poner en marcha. La “responsabilidad social” de la empresa es un principio conocido desde hace tiempo dentro de la economía social de mercado, pero ahora habría que extenderla más allá del ámbito inmediato de los negocios para asegurar, conforme a la visión del nuevo Presidente de la República, que el concepto coincida y se coordine con la preparación y ejecución de los planes específicos de desarrollo dentro de un nacionalismo efectivo.
Es así como la vinculación entre un empresariado y una autoridad, ambos responsables ante el pueblo, justifica el Consejo Asesor Empresarial que el Presidente electo dispuso hace unos días “a petición” de esas personalidades.
La composición inicial del citado consejo es demasiado cerrada y tiene que abrirse a para incluir no sólo a representantes de las capas superiores de la economía mexicana, sino también a actividades pequeñas y medianas. No tomar la decisión de convertir el mencionado de amplio consejo en un cuerpo representatividad y participación dejará al presidente López Obrador en la poco envidiable situación de escuchar sólo el parecer de la élite empresarial, parte de la detestada “mafia del poder” que tanto denunció.
Consultor
Source: Excelsior
