Akenathon, hace más de tres mil años, decidió acabar con todos los dioses que los egipcios debían venerar y estableció que no había más dios que el dios sol. Luego vino Tutankamon y le dio reversa a lo que su antecesor había impuesto. En ambas situaciones se invocó la voluntad de los egipcios, falsamente.
La cancelación de lo que iba a ser la ópera magna de Enrique Peña, un presidente de México que no pasó de guapo para llegar a ser trascendente, le va a costar a su sucesor Andrés Manuel López Obrador —es un decir, porque él no va a sacar un peso de su bolsillo— 120 mil millones de pesos y de manera inmediata decenas de miles de trabajos así sean eventuales.
Al mismo tiempo, la visceral decisión cancelará, cuando se haga efectiva, porque Andrés Manuel López Obrador es presidente electo, pero no presidente en funciones, la expectativa de la catarata turística que, a pesar de todos los pesares, seguía fluyendo sobre nuestras playas, bosques y ciudades mágicas.
Ambos factores son importantes.
El primero, porque la promesa del nuevo presidente implica que el Estado mexicano cuente con recursos mayores que los que deja Peña Nieto.
Si no va a haber, como dice el señor Andrés Manuel López Obrador, nuevos impuestos, si el IVA y el ISR en la frontera norte se reduce a la mitad, si, más o menos —porque no ha sido claro— tenemos que creerle que no subirán los combustibles su precio, ¿de dónde carajos sacará dinero para su programa de ninis becados, que son votos potenciales para la reelección, o su faraónico proyecto del envidiable Tren Maya?
En segundo lugar, cuando esto escribo, para comprar un dólar había que pagar veinte pesos y medio en el aeropuerto.
Todos los que damos el gasto para una casa sabemos lo que esto significa, aunque no seamos economistas. Consecuencia de la decisión ciudadana, dicen, de cancelar Texcoco.
Todos los faraones buscan la eternidad. El rey Pakal en Chiapas o Stalin en el Kremlin. En los dos casos fueron decisiones unipersonales.
Pero si eso es importante, mucho más lo es el precedente que se establece. Para de hoy en adelante, ya el amor no me interesa, dice la canción.
Andrés Manuel López Obrador lo frasea de manera diferente: váyanse acostumbrando a las consultas. Toda decisión trascendental, según el presidente electo, serán precedidas de un plebiscito similar.
Algo así como cuando Andrés Manuel espeta ante decenas de miles en el Zócalo capitalino “¿quieren que se acabe la corrupción?” ¿Qué chingados esperaba de respuesta? El mambo es un ritmo que los cubanos nos trajeron y no acabamos de agradecérselo. Vacilón, qué rico vacilón.
Un carril dedicado para ir de un aeropuerto a otro, un tren que no existe, un sistema aeroportuario que estará operando en tres años.
¿Quién manda? Preguntó ayer el Presidente, es el pueblo, bueno, ya se acabó el secuestro del poder por parte de un grupo, según sus palabras. Ahora es otro.
Source: Excelsior