Polibio fue un historiador griego que, habiendo nacido en pleno esplendor romano, se dedicó a tratar de comprender —y explicar— la hegemonía del Imperio Romano, en su momento. Polibio fue, también y en cierto sentido, uno de los primeros asesores políticos de la historia: con acceso a la clase gobernante, y conocimiento de primera mano de los asuntos más urgentes de la gestión pública, asesoró a las autoridades romanas en la organización del gobierno de las ciudades griegas, lo que le valió el reconocimiento de sus contemporáneos y la oportunidad de comprender, a profundidad, los intríngulis de la administración pública.
Así, y partiendo de las ideas de Aristóteles, elaboró una clasificación de las formas de gobierno, advirtiendo sobre sus posibles degradaciones de acuerdo con las estructuras de poder. Monarquía, cuando el gobierno lo ejerce una sola persona; tiranía, cuando el poder unitario degenera y se pone al servicio de quien se asume como su dueño. Aristocracia, cuando las funciones de gobierno las asumen unos cuantos, los mejores; oligarquía, cuando el gobierno recae sobre un grupo que tan sólo responde a sus propios intereses. Democracia, cuando las decisiones de gobierno son tomadas por el pueblo que legitima al gobernante; oclocracia, cuando las mismas decisiones no las toma el pueblo sino la muchedumbre, entendida por Polibio como el populacho que, manipulado por algunos actores, decide sin información suficiente lo que cree que le conviene. Polibio desarrolló la teoría de la anaciclosis, según la cual el ejercicio del poder en cualquier sociedad sigue un ciclo de seis fases, en el que —primero— la monarquía se convierte en tiranía, que es seguida por una aristocracia que se tornará en oligarquía, a la que sucede una democracia que se convierte en oclocracia, para volver a comenzar. La oclocracia es, según Polibio, el peor de los sistemas políticos, el último estado de la degradación del poder.
La oclocracia no es, según Polibio, sino la degeneración de la democracia. Los regímenes oclocráticos no representan los intereses del pueblo, sino los del populacho: los oclócratas no buscan el bien común, sino que tratan de mantener el poder a través de la legitimidad obtenida por medio de la manipulación de los sectores más ignorantes de la sociedad. La oclocracia, en este orden de ideas, es consecuencia de la demagogia, y fruto de las emociones irracionales con las que el gobernante trata de incidir en las decisiones de los ciudadanos. La oclocracia se nutre de los prejuicios, de las ilusiones, de los nacionalismos y reivindicaciones: el oclócrata manipula, el oclócrata miente, el oclócrata enfrenta. El oclócrata requiere, para conseguir sus objetivos, del control de los medios educativos y de comunicación: la oclocracia produce una falsa ilusión de que el régimen obedece a la voluntad popular, sin que los ciudadanos comprendan que dicha voluntad, si proviene de la desinformación, no existe. La democracia requiere del conocimiento: la oclocracia se nutre del rencor y la ignorancia.
Del rencor y la ignorancia. De una supuesta voluntad popular que no busca sino satisfacer los deseos de quien la manipula; de una muchedumbre que no razona, sino que obedece. De un populacho que se deja guiar al abismo, de una nación que no sabe mirar al futuro. Polibio vivió hace más de dos mil años, pero sus observaciones sobre la muchedumbre y su comportamiento se antojan dolorosamente cercanas. Polibio no imaginó la existencia de los aviones; Polibio, sin embargo, tenía muy claras las causas que pueden cancelar un aeropuerto.
Source: Excelsior