Por el camino verde, camino verde que va a la hermita.
Aunque, con las dificultades que plantean los horrendos programas de comunicación por internet de los diarios de circulación nacional, no puedo reproducir los titulares de los periódicos del 6 de septiembre de 1968, puedo adivinar la fotografía de hoy en la primera plana de los diarios, de una manifestación multitudinaria en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Sin duda, la mayor en ese recinto. Afortunadamente, en contra de la violencia desatada hace tres días en la torre de Rectoría.
Inevitablemente acude a nuestra memoria la llamada marcha del silencio que el rector Barros Sierra encabezó hasta los límites geográficos de lo permisible hace cincuenta años.
Pudiera haber sido que el 2 de octubre se adelantara. A 50 años de una fractura social que todavía nos sigue presentando cuentas, el fenómeno de la violencia en la más importante universidad de este subcontinente en los días recientes, nos urge a replantear, ahora que estamos en el rediseño del país, uno de los mitos más graves que se nos han dado: la autonomía universitaria.
Los nuevos en este oficio del vivir pensamos que la autonomía universitaria es un fenómeno nuevo.
Pero las más ancianas instituciones del saber, Bolonia, París, Salamanca y Cambridge fueron autónomas para evitar que los intereses políticos y eclesiásticos que suelen ser los mismos, afectaran lo que hoy llamamos la libertad de cátedra. La universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Michoacán, nació autónoma en el año de Morelos, 1917.
Muchos años más tarde, cuando en 1929, gracias a una campaña bajo el hábil comando de Vicente Lombardo
Toledano, la Universidad Nacional de México, que había sido fundada por Justo Sierra para sustituir a la Universidad Real y Pontificia de México adquirió su autonomía, ella se entendió —políticamente— como la extraterritorialidad de las instituciones de enseñanza superior.
El concepto se iba a fortalecer, tal vez involuntariamente, en el sexenio de Miguel Alemán Valdés, quien trajo de París el concepto de Ciudad Universitaria en el sur de la capital. Con esa magnífica concentración de edificios y personas, se estaba creando un bastión al que la autoridad gubernamental no podía entrar.
Era la autonomía. Esa autonomía que fue muy bien aprovechada por los cuerpos de la delincuencia para tomar auditorios, escuelas, jardines, alberca, calles y personas.
Recuerdo que en mis clases de civismo me enseñaron que todos somos iguales, que la ley debe aplicarse en los pozos y en los ríos, en las calles y en las plazas. En las universidades y fuera de ellas. La autonomía es un dominio que entra en el campo del pensamiento, no de la violencia.
PILÓN.- Despeinada, aha, aha, despeinada.
Me encantó la interpretación que al celebrado programa de austeridad republicana se dio en el edificio monumental de San Lázaro: los servicios de peluquería y peinados para las y los diputados desaparecen. Nada de corte de bigote, tinte o corte del soldado. Es claro que ni usted ni yo sabíamos que esa peluquería exquisita estaba operando, desde luego, libre de coste.
Estamos seguros, usted y yo, que el ahorro supermillonario que se desprende de esta medida nos sacará del hoyo financiero que se acerca.
Source: Excelsior