Con el feminismo nuevamente en el centro de la agenda pública, 2017 fue un año óptimo para la presentación de The Handmaid’s Tale (El cuento de la críada), la adaptación para la televisión por parte de la plataforma Hulu de la novela distópica de Margaret Atwood.
El libro original fue publicado en 1985 y describía un mundo en decadencia, con una fuerte baja de la tasa de natalidad y en el cual en los EEUU había tomado el gobierno una secta religiosa ultraconservadora que utilizaba a las escasas mujeres fértiles como esclavas paridoras. No es difícil relacionar esa fantasía negativa con el ascenso conservador de Ronald Reagan y Margareth Tatcher que marcó la década del 80.
En 1990 se realizó una primera versión para cine de la novela que no tuvo ningún tipo de repercusión crítica ni de taquilla. Dirigida por el alemán Volker Schlondorff, cuenta en el elenco con la inglesa Natasha Richardson (hija de Vanessa Redgrave y esposa de Liam Neeson, fallecida trágicamente en 2009) como la protagonista Offred, Faye Dunaway como Joy Serena y Robert Duvall como el Comandante. Harold Pinter trabajó en la adaptación de la novela.
Comparar la versión para cine de 1990 con la miniserie de 2017 (y su innecesaria segunda temporada) y ambas con la novela de Atwood ofrece conclusiones interesantes, no solo sobre la situación del feminismo en cada uno de esos escenarios temporales sino también en las consecuencias estéticas que derivan de que una historia se cuente en 100 minutos o en ocho horas.
La película de 1990 es directa en su relato y, en ese sentido, más fiel a la novela. La miniserie, por su carácter episódico y su larga duración, debe ofrecer sistemáticamente “ganchos” argumentales para sostener el interés de un capítulo al siguiente. Está, además, “estirada”, con flashbacks (en general innecesarios) o desarrollo de personajes secundarios.
La segunda temporada de la miniserie, de 2018, ya abandona el libro y va y vuelve en el argumento sin ningún avance real y poniendo en pantalla lo que en la novela y en la película previa se deja a la imaginación: las temibles “colonias”, donde se castiga a los rebeldes, y el territorio de Canadá, libre de la locura religiosa.
Algunas de las escenas de índole sexual son interesantes para comparar ambas producciones:
Offred, por sugerencia de su “ama”, Serena, establece relaciones sexuales con Nick, un asistente que puede o no ser un espía doble entre el régimen y la rebelión. La idea de Serena es que su marido, el Comandante, es estéril y que tener sexo con Nick puede hacer llegar el hijo deseado.
Offred no tiene demasiadas opciones y acepta el juego. Finalmente, termina enamorada de él.
Otra situación con ribetes eróticos es el acercamiento entre Offred y el Comandante, que culmina en un extravagante club nocturno clandestino en el cual los hombres del régimen “liberan tensiones” permitiéndose consumos y sexo por fuera de lo establecido en la moral imperante.
Estas situaciones, originadas en la novela, se repiten en ambas producciones de manera casi idéntica.
Sin embargo, el elenco genera algunas diferencias interesantes. La protagonista de la miniserie es Elizabeth Moss, consagrada como Peggy, en la serie Mad Men. Es una actriz con una gran expresividad, que denota una enorme vida interior. Natascha Richardson, por su parte, era una actriz más bien inexpresiva, de rostro luminoso pero sin los tics de los actores importantes.
Esta distinción de la actriz principal genera una diferencia muy llamativa en cómo se mira el uso que la protagonista hace de su sexualidad en cada una de las producciones. La ligereza de la actuación de Richardson en 1990 le da a la película otro tono. La Offred de 1990 usa su sexualidad como un arma. Los hombres y el sistema la usan, pero ella elige mejorar su vida entregándose sin poner el acento en la victimización. En cambio a la actriz de la miniserie, Elizabeth Moss, con la intensidad que la caracteriza, se le advierte la agonía de ceder ante el Comandante y la desborda la pasión por Nick.
De esta manera, la miniserie actual tiene una mirada más represiva respecto del sexo utilizado como herramienta de lucha para una mujer esclavizada. La película lo mostraba de manera menos cargada de dramatismo.
Esta utilización de la sexualidad en una situación de esclavitud hace recordar a un libro extraordinario, de autora anónima. Se trata de Una mujer en Berlín. Son las memorias de una mujer alemana, publicadas cuarenta años después de los hechos sin revelar su nombre. La misteriosa mujer está en Berlín en el momento en que entran las tropas del Ejército Rojo, al fin de la Segunda Guerra Mundial. Viviendo precariamente en una ciudad destruida por los bombardeos, Anónima sabe que será violada por los soldados soviéticos. Lo que hace, en una actitud claramente emancipatoria, es elegir quien será el que la viole: el que le garantice una mejor supervivencia en el infierno. Es su cuerpo y su elección. Claro, elección dada en un mundo en el cual su libertad de acción está tan cercenada como la de las esclavas paridoras de The Handmaid’s Tale.
Ese cambio de perspectiva de 1990 a 2017 representa de alguna manera cómo el feminismo contemporáneo ha adquirido una mirada condenatoria de la sexualidad femenina usada instrumentalmente.
En todo caso, The Handmaid’s Tale en su versión película de 1990 es un acercamiento directo y sin vueltas a la obra de Margaret Atwood. Luego de verla, se puede incursionar en el gran esplendor visual y el minucioso desarrollo de los personajes de la miniserie de 2017.
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“The Handmaid’s Tale”: una serie perturbadora en la que se viola y se mata en nombre de Dios
Source: Infobae