“No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año creía que era un artista. Ya no lo pienso: ¡lo soy!”
(Henry Miller en Trópico de Cáncer, 1934)
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Vagabundo, obsceno, pornógrafo, destructor, sexópata, inmoral, antisocial…
Todos estos baldones, estos escupitajos lanzados por “las buenas almas” norteamericanas y su cóctel en partes iguales de puritanismo e hipocresía, estallaron poco después de que cayera en sus manos ese grito autobiográfico y desesperado, Trópico de Cáncer, escrito sin embargo por un hijo Made in USA.
Porque Henry Valentine Miller había nacido en New York –26 de diciembre de 1891– en Brooklyn, hijo de Louise Nieting y de Heinrich Miller (origen alemán, y acaso judíos según algunas briografías…).
Soportó un par de meses en el City College neoyorkino hasta que cayó en sus manos la explosión Dostoievski: la vida estaba en otro lado…
Trabajó como mensajero de la Western Union sin saber, of course, que otro maldito, también llamado Henry (Bukowski), ofició como cartero cuando la miseria apremiaba.
En 1917 se casó con Beatrice Sylvas Wickens, que le dio una hija: Barbara.
El primero de cinco matrimonios: June (¡decisiva!), Janina Lepska, Eve McClure, y –ya invernal, a sus 76 años– Hiroko Tokuda.
Casi como un clishé, pero también empujado por la Gran Depresión, pone proa a París, una bullente colmena de novelistas, poetas, pintores, intelectuales…
Luz: decide abrazar para siempre la literatura después de escribir Moloch y de leer a Whitman, Hemingway, Rimbaud.
Némesis: la miseria. Ni medio franco encontrado entre los adoquines. Frío. Hambre. Sueño, cada noche, debajo de uno de los muchos puentes. La lírica de la bohemia acercándolo a la Gran Dama de la Guadaña…, hasta que un golpe de suerte lo salva. Richard Osborn, un abogado norteamericano, le presta un cuarto en su departamento, y cada mañana le deja un billete de 10 francos. ¡Sobrevive!
Otoño, 1931. Logra empleo como corrector de estilo en la oficina francesa del Chicago Tribune. Escribe algunos artículos con el seudónimo de Perlés, un amigo de ese nombre. Se muda a la Villa Seurat, un callejón de artistas, y se lanza a urdir Trópico de Cáncer, publicado en 1934.
La novela, en los Estados Unidos, cae como una lluvia de fuego disparada por Lucifer en persona…
Calificada como “obscena y pornógrafa”, la espada de la censura la degüella, pero no puede impedir que algunos ejemplares entren camuflados bajo las tapas de Jane Eyre, de Charlotte Brontë.
Ambos, USA y Miller, se declaran la guerra. Él, en cada libro siguiente, batalla contra el puritanismo, la hipocresía y los tabúes sexuales de su país, y los grandes bonetes de la censura les sacan bolilla negra. Una prohibición que recién se levanta… ¡en 1961!, acaso porque la constante venta clandestina de Trópico de Capricornio (1939) afirma cada vez más su perfil de escritor underground, maldito, de explosivo y explícito sexismo: “Si no puedes vencer al enemigo… únete a él”.
Entre Alas cortadas, inédito, de 1922, y Querida Brenda (Cartas a Brenda Venus) –su último amor–, de 1986, transcurre una obra colosal: 31 volúmenes entre novelas, ensayos, recopilaciones de cartas, incluídas Sexus, Plexus y Nexus, en la década 1949–1959 y bajo el nombre de La Crucifixión Rosada.
Por entonces, sin renunciar ni en una línea a su transgresión e irreverencia –fuente de bautismo de los beatniks y los hippies–, ya no pasa hambre, la censura a dejado de perseguirlo, y se acerca a la astrología, la teosofía, el ocultismo, el hinduismo, el budismo…
Y en Sexus ha dejado, en pocas palabras, parte de su credo: “Un niño no necesita escribir: es inocente. Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que acumuló a causa de vivir falsamente”.
Uno de sus mayores exégetas, el escritor español Paco Umbral, ha escrito: “Se le recuerda sobre todo por sus desvaríos salvajes, su bohemia, su faceta provocadora y pornográfica. Pero fue el último lírico en inglés y nuestro Miller español, padre de la cerveza y de los beatniks, abuelo de Kerouac y los ferrocarriles, tío carnal de los hippies y las amapolas, un Whitman que ya lo ha vivido todo, porque tenía el impulso whitmaniano de América y la juventud fúnebre de Poe“.
Una lírica respuesta a algo que Miller escribió en Trópico de Cáncer y completó en Primavera Negra: “Las calles eran mi refugio. Y nadie puede entender el encanto de las calles hasta que no se ve obligado a refugiarse en ellas. Nacer en la calle significa vagabundear toda la vida, ser libre… En la calle aprendemos lo que son realmente los seres humanos. Lo que no pasa en plena calle es falso. Es decir, literatura”.
Pero si algo faltaba para la leyenda y hasta para el mito, eran dos mujeres… al mismo tiempo. La escritora Anaïs Nin (1903–1977), surrealista y autora de los Diarios que llevan su nombre, volúmenes I al VII, y June Mansfield, su segunda mujer.
Los tres vivieron juntos: uno de los triángulos sexuales más famosos del siglo XX…
Anaïs tenía 28 años. Miller, 40. En el primer encuentro hablaron ¡horas! De literatura, filosofía, psicología, y durmieron juntos esa misma noche. Amantes súbitos…, con sexo en baño, cocina, sala, todo rincón posible… hasta que llegó June para ver cómo vivía Henry en París, y no tardaron en ser tres en la misma cama. Pero con una vuelta de tuerca: las dos mujeres iniciaron una relación lésbica.
El triángulo duró apenas un año. June volvió a New York con los papeles de divorcio firmados. Era 1933. Y Miller empezó a escribir Trópico de Cáncer. Anaïs pagó parte de la edición, y durante los siguientes cinco años hizo lo mismo con los libros que él escribió hasta 1939…
Leerlo es como pescar en un tonel de frases eternas:
–Las flores delicadas son las primeras que mueren en una tormenta.
–Todos los días matamos nuestras mejores pasiones.
–Por cada nueva altura que alcanzamos, nuevos y más desconcertantes peligros nos amenazan.
–El arte no enseña nada más que el significado de la vida.
–La mayor parte de la escritura se hace lejos de la máquina de escribir.
Murió el séptimo día de junio de 1980 en Los Ángeles.
Tenía 88 años.
Sus cenizas fueron arrojadas sobre Big Sur.
Era rico y famoso.
Pianista y pintor amateur, sus acuarelas están en el Henry Miller Museum of Art, Omachi Nagano, Japón, y en el museo del mismo nombre en la Coast Gallery de Big Sur.
El juicio por obscenidad contra él fue anulado en 1964 por la Suprema Corte de los Estados Unidos.
Ese episodio está considerado como el inicio de la revolución sexual.
(Post scriptum. No es casual que este espacio reviva la vida y la obra de Henry Miller. Viene a cuento en un momento y en un país –éste– en que el sexo y su espectro, que puede recorrer caminos alegres, sombríos o trágicos, es bastardeado día a día en las pantallas de tevé y en las zonas negras e irresponsables de las redes sociales, tan útiles para fines más nobles. La privacidad –una condición del sexo que no debiera ser violada por los protagonistas y llegar urbi et orbi a cualquiera– se ha convertido en un lamentable show público sin la menor sutileza ni el mínimo buen gusto. Hechos privados –conflictivos o no: dramas o comedias– llueven a granel y excitan el chusmerío barato. Peleas, separaciones, divorcios, infidelidades, han abandonado el ámbito cerrado de las paredes y se han convertido en un espectáculo patético… sin contar el lenguaje soez y a cualquier hora que lo acompaña. Por caso, el nombre de los genitales de ambos sexos en sus versiones más repulsivas… Su género no es la comedia de costumbres: es el grotesco y hasta el esperpento. Y más que a risa, mueve a pena. Alguien ha dicho que entramos en una era de exhibicionismo y voyeurismo. Es decir, de deterioro y empobrecimiento cultural. Un barro del que es muy difícil salir… A lado de este penoso fenómeno, el crudo lenguaje de Henry Miller es arte mayor. Noble literatura contra obscenidad disfrazada de periodismo).
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Source: Infobae