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viernes, septiembre 20, 2024

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Vete de mí

Seré en tu vida lo mejor de la neblina del ayer cuando me llegues a olvidar.

                Homero y Virgilio Expósito, Vete de mí

 

Hace 38 años, como uno de sus últimos actos memorables, el presidente Jimmy Carter promovió ante el Congreso de Estados Unidos una ley de protección a los refugiados. En la más digna tradición de ese país, forjada desde su histórico inicio por inmigrantes que huían de una persecución religiosa o ideológica, mantenía abierta la frase que se lee en la estatua de la Libertad: “Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, a vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad”.

Ha corrido mucha agua por el Hudson y el río Este en Nueva York. Gradualmente, la política de tolerancia y arropamiento de la estatua mítica de la migración ha sido minada.

El principal minero de este deterioro es Donald Trump. El año pasado redujo el número de refugiados que Estados Unidos puede aceptar a 45 mil. Según la política migratoria agresiva de Trump este año se disminuira a 20 mil. Con un cambio adicional.

Regularmente, los que solicitan asilo son seres humanos que huyeron por miedo de sus países y por la violencia; además, de alguna manera cruzaron la frontera, ahora indocumentados, piden el derecho de asilo. La nueva política migratoria establecerá que los que quieran pedir asilo deben hacerlo desde sus países de origen, digamos Siria, Guatemala, Nepal o cualquier otra nación víctima de la violencia.

No debiera sorprendernos esta modalidad: se inscribe en la modalidad que ahora está de moda en el gobierno estadunidense, la xenofobia y el rechazo. Y que no tiene para cuándo irse.

PILÓN.- Al igual que otros estruendosos anuncios de intención por parte del próximo presidente López Obrador, la supuesta designación de uno de los políticos más polémicos de nuestro pasado reciente, Manuel Bartlett Díaz para el cargo de director de la CFE a partir del primero de diciembre, ha venido a agitar el avispero de nuestra política nacional.

La más notable observación crítica ante este propósito está ligada a la frase atribuida en 1988 al entonces secretario de Gobernación y responsable de la organización, así como de la realización de las elecciones presidenciales de ese año y de que el sistema “se había caído”, lo cual no permitía dar resultados confiables de los comicios. La referencia era al sistema electrónico de conteo y ha sido, sistemáticamente, rechazada por Bartlett como una inectiva de sus enemigos políticos.

Pero hay otras objeciones a la proyección del poblano-tabasqueño en ese importante puesto: sus escasas calificaciones para manejar tan complejo ente. En su defensa se arguye su participación en la tribuna legislativa al discutir temas energéticos. La verdad es que a la cabeza del Seguro Social no tiene que estar, necesariamente, un médico ni el secretario de comunicaciones y transporte debe ser un ingeniero.

Al frente de instituciones como éstas se requiere de un eficiente administrador que debe rodearse de personal de alta capacitación técnica en la materia de su dominio. Para el caso, de un político, Manuel Bartlett es, ciertamente, un experimentado político.

Evidentemente, la intención de la administración federal entrante es el control de los cuerpos sindicales. Sólo así se explica la espontánea bienvenida que Martín Esparza, líder del Sindicato Mexicano de Electricista —quince mil personas, dice— se ha apresurado a dar a la llegada de Bartlett.

 

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Source: Excelsior

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