¿Es posible que este país tan especial haya inventado una particular reelección presidencial, algo así como una hiperalternancia? Por supuesto que lo es. Entre 2006 y 2022 los chilenos solo habrán sido gobernados por dos personas. La que inauguró esta residencia de 16 años en La Moneda, fue la ciudadana Michelle Bachelet, cuando en marzo de 2006 asumió su primer mandato, hasta marzo de 2010; oportunidad en la que fue reemplazada por Sebastián Piñera, quien permaneció en el cargo hasta marzo de 2014, a la espera que su antecesora retornara desde Nueva York, para sucederlo hasta marzo de 2018, ocasión en la que ella le devolverá el cargo por segunda vez, hasta marzo de 2022.
En Chile no existe la reelección presidencial… no la inmediata; lo que sí se ha consolidado en los últimos años es la reelección alternada, el BAPI BAPI, como lo han instituido Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Una fórmula que ni siquiera se les ha ocurrido a los norteamericanos; los gringos son pernos. Ellos eligen presidente por cuatro años con reelección inmediata, así los ocupantes de la Casa Blanca pueden estar un máximo de dos períodos seguidos, sin posibilidad de regresar al poder. Y en eso llevan casi un cuarto de milenio, sin que se les haya pasado por la cabeza utilizar una fórmula como la chilena.
Que dos mandatarios se traspasen el cargo entre ellos, sin que nadie se sorprenda, habla muy mal de la salud de la democracia. Aunque es legal y legítimo, no deja ser extraño. Los chilenos han sido convocados a las urnas para validar un proceso sui generis de resultado demasiado previsible. Con la elección de este domingo, el acto eleccionario se consolida como un ejercicio fatuo, tanto que corre el riesgo de desaparecer como instrumento democrático, o de desinflarse tal como harán partidos políticos irrelevantes o conjuntos de partidos y movimientos arrogantes y desorientados, como el Frente Amplio, donde aún no saben qué hacer con lo poco y nada que han conseguido.
También debe tenerse presente que ni Bachelet ni Piñera, hasta ahora han sido capaces de promover otra sucesión que no sea la suya. Sobre Bachelet podrá decirse en un futuro cercano que no entendió que la posta se le entrega al atleta que corre por el mismo carril, y no al del lado; Piñera cometió ese mismo error y en 2014 le entregó el testimonio a su antecesora-sucesora, que venía por el carril vecino.
Con toda seguridad, los entendidos hablarán de falta de liderazgo político, de afasia o indiferencia –téngase presente que al asumir su primer mandato Piñera renunció a Renovación Nacional, sin regresar jamás a la tienda–, de falta de densidad ideológica, de ausencia de un proyecto colectivo o de exceso de individualismo. Comoquiera que sea, Chile está girando en círculo, dominado por la fuerza centrípeta, es decir, la permanencia dentro del espacio de la política está garantizada por ley; no caben ahí la voluntad popular que disienta de la lógica del trasvasije de tinaja dentro de la misma bodega.
Que dos políticos se traspasen el cargo una y otra vez, y otra más, es preocupante, sobre todo si el discurso del mundo político es esa gabela de la híper valoración de la representación popular, en la que la ciudadanía que habita fuera de la bodega acaba desilusionada, tras tanta promesa incumplida.
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Source: El Ciudadano