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Margaret Atwood, con Infobae: "Muchas mujeres aún se sienten cómodas con hombres como Trump en el poder"

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Margaret Atwood, con Infobae: "Muchas mujeres aún se sienten cómodas con hombres como Trump en el poder"

Margaret Atwood, durante la entrevista con Infobae. (Gentileza Editorial Salamandra)

Está sentada en un cómodo sillón del hotel Alvear, uno de los más distinguidos de Buenos Aires. Vestida de negro y con un foulard de seda de colores más claros, Margaret Atwood bebe de a sorbitos una taza grande de café que poco después cambiará por un jugo de naranja. El sol que atraviesa las ventanas reposa con delicadeza en su piel muy blanca y en sus ojos claros y vivaces. La celebrada narradora, poeta e ilustradora canadiense llegó a la Argentina en momentos en que dos de sus novelas más famosas, El cuento de la criada (1985) y Alias Grace (1996), acaban de convertirse en logradas y exitosas series. Es así como en todo el mundo día a día se amplían las audiencias para las grandes historias de esta autora, considerada feminista cuando el concepto aún era algo restrictivo, activista por los derechos humanos y ecologista, y dueña de una obra que abarca géneros como la ciencia ficción, la novela de anticipación, la novela romántica y también la novela histórica y la autobiografía. Una escritora de un talento inusual, capaz de conducirnos como lectores hacia atrás en el tiempo y hacernos pensar en los problemas de hoy o de trasladarnos hacia un futuro tenebroso e inquietante por medio de sus narraciones, que siempre terminan siendo, a la vez, una valiosa y original reflexión sobre el presente.

Es tiempo de cosecha para Atwood (Ottawa, 1939), autora de más de 40 libros, traducida a decenas de idiomas y candidata constante al Premio Nobel hasta que en 2010 su colega y coterránea Alice Munro se alzó con el galardón, lo que no da por terminada esa ilusión aunque sin dudas la opaca. Todo lo demás es puro reconocimiento para su trabajo, elaborado a lo largo de largas décadas prácticamente sin descanso, desde la aparición de su primera novela La mujer comestible (1969) hasta el presente, que la encuentra promocionando su última novela en inglés Hag-Seed (una suerte de relectura de La tempestad, de Shakespeare) y la última en español, cuyo título es Por último, el corazón, además de publicaciones diversas. Cordial, amabilísima incluso en las respuestas más firmes, Atwood responde a cada pregunta con voz delicada y siempre da mucho más de lo que se le pide en calidad de respuesta. Una curiosidad sonora, vital: muchas veces, luego de responder, ríe. Ríe, sí, y a veces lo hace a carcajadas.

A continuación, reproducimos la amena y sustanciosa conversación que Margaret Atwood mantuvo con Infobae.

—¿Cómo eran las mujeres adultas de su familia, aquellas con las que creció?

—Primero que nada, todas ellas fueron canadienses. Mis abuelas fueron algo rurales, dado que era una época en la que la mayoría de los canadienses no vivía en grandes ciudades. Así que la madre de mi padre estaba a cargo de una granja y hacía desde su propia manteca hasta su queso en aquellos años. Ellos no tuvieron electricidad hasta alrededor de 1959, aproximadamente. Así que yo, de niña, observaba todo esto del funcionamiento de una granja. De alguna manera vi y aprendí a hacer todo esto que se puede ver, por ejemplo, en Alias Grace. Aquellas no eran mujeres sentadas plácidamente en un sillón comiendo chocolates, con sus vestidos. Mi otra abuela estaba casada con un médico rural en una época anterior a la existencia de los automóviles. En consecuencia, todo era a caballo, sin hospitales, con niños que nacían sobre la mesa de la cocina, todo en condiciones muy precarias. Ella estaba a cargo de su hogar en épocas en las que no había tiendas donde comprar las cosas para la casa. Mis dos abuelas tuvieron cinco hijos cada una, por lo que tengo muchísimos primos. Por otra parte, mi madre fue una persona físicamente activa, que andaba a caballo, hacía ‘speed-skating’ (N. de R.: una actividad típicamente canadiense de patinaje sobre hielo en velocidad), esquiaba, andaba en canoa. Era una persona que amaba las actividades al aire libre. Mi madre una vez persiguió a un oso, por ejemplo… Así que mi imagen de mujeres no era (hace un gesto de alguien sentado firme y plácido y ríe a carcajadas). Nada que ver con eso.

—¿Cómo fue que encontró modelos a seguir, entonces, y cómo llega la escritura? Porque su padre fue científico y su madre, nutricionista…

—No había mucho para hacer en los tiempos que pasábamos en el bosque. No había televisión, teatro, escuela. ¿Qué más nos faltaba? Tampoco podíamos sintonizar la radio: apenas captábamos por onda corta algo que provenía de Rusia. Esto era en el norte de Canadá. Así que no accedíamos a nada de esas tecnologías. Cuando estaba soleado, podías ir afuera. Cuando estaba lluvioso, había muchísimos libros. Así que cuando terminabas de leerlos todos, volvías a leerlos una vez más. Algunos eran libros de misterio y asesinatos, otros eran novelas de ciencia ficción, otros eran libros científicos, otros eran de historia, otros eran sobre animales. Como consecuencia de esto, mi hermano y yo fuimos lectores a edad temprana y también escritores a edad temprana. Escribimos y dibujamos tiras de historietas que armábamos doblando papeles y eran libros a los que además les diseñábamos una tapa. Así que yo escribí mi primer libro a los 7 años. Era sobre una hormiga. Fue todo un logro para el desarrollo de la trama porque no pasa nada en la vida de una hormiga durante los primeros tres cuartos del libro. Primero es un huevo y no se mueve, una larva, que no se mueve. Y recién hacia el final, que es cuando tiene piernas, había algo de acción. ¡No recomiendo esto! (risas).

—¿Todavía conserva ese libro?

—Sí, claro. Se llama “La hormiga Annie”.

Gentileza Editorial Salamandra

—¿Por esa época ya también ilustraba?

—Sí, sí, por supuesto que todo eso era ilustrado. También había superhéroes pero no eran humanos, eran conejos. Mi hermano, que era tres años mayor, tenía en su material personajes más activos. Él luego se convirtió en un científico. Todo su material transcurría en otros planetas, sus primeros libros eran sobre guerras en otros planetas. Él usaba el amarillo, el naranja y el rojo para sus explosiones y a mí me quedaba el rosado para las princesas y todo lo demás (risas). Así que empezó a hacer un libro que se llamó “Qué pasa en Neptuno”. Y él hacía los animales, la mayoría de ellos predadores carnívoros, y otros animales y enfermedades. También plantas carnívoras muy peligrosas. Y a todos estos elementos les incluía los nombres científicos en latín, era muy impresionante su nivel de detalle. Así fue que él se inclinó hacia las ciencias y yo, hacia el mundo de la escritura.

—Quería preguntarle sobre la figura del matrimonio, algo que está presente en sus primeras novelas…

—¡Es como cualquier cosa humana! (risas).

—¿Pero su idea del matrimonio cambió con los años?

—Bueno, a ver, ¿qué es el matrimonio? ¿De qué estamos hablando? ¿Estamos hablando de un sistema legal? ¿Estamos hablando de dos personas que se aman? El hecho de que dos personas se amen puede adquirir varias formas. No tiene que ser exactamente el matrimonio. Lo que cambió en el matrimonio desde los 50 a la actualidad es que ahora las mujeres casadas obtuvieron muchos más derechos. Así, cuando uno mira cualquier tipo de contrato uno puede preguntarse: “¿Cuál es el trato?”. ¿Qué obtengo y a qué renuncio? En el siglo XIX el tema eran las propiedades, los maridos obtenían eso. Es por eso que hubo tantos matrimonios en los que los varones básicamente se casaban con las mujeres para obtener dinero. A menos que la mujer tuviera un padre astuto que arreglara una buena unión, el marido era quien obtenía todo. Si eras una mujer viuda rica, te convertías en alguien deseable porque tenías dinero. En la actualidad, ese es uno de los problemas en los matrimonios de la India, por ejemplo, con el sistema de dotes. Algunos dicen “si esta no viene con tanta dote, hay que deshacerse de ella y buscar a otra”. Se cree y se dice que la novela del siglo XIX era sobre el romance y lo fue hasta cierto punto. Pero detrás de eso siempre estuvo el tema del dinero. ¿Por qué el señor Bennet (N. de R.: el personaje de la novela Orgullo y prejuicio de Jane Austen) tenía tantos inconvenientes en sus manos con cinco hijas? Y está todo el tema de su propiedad y la idea de que cuando él muera, alguien se la va a quedar. O en Sense and Sensibility, ¿por qué Marianne tiene tantos conflictos para conocer al hombre que debería? ¡Porque él no tiene el dinero suficiente! O The Mill on the Floss (N. del R.: ‘El molino del Floss’, novela de la autora de la época victoriana Mary Ann Evans, que usaba para sus libros el seudónimo de George Eliot), que comienza con un padre y un hijo que pierden todo su dinero por una demanda judicial y colocan al pobre personaje de Maggie en una situación espantosa. ¡Todos esos libros! Inclusive Anne of Green Gables (Ana de los tejados verdes, de la canadiense L. M. Montgomery). ¿Por qué termina como termina? Matthew sufre un ataque cardíaco porque lo perdió todo. Así es que el siglo XIX estuvo obsesionado con el dinero: ¿quién lo tiene? ¿cómo aparece? ¿qué tipo de dinero es: nuevo o viejo? También en North and South (la novela de la británica Elizabeth Gaskell) todo es sobre el dinero. Así que… pero, ¿cuál era la pregunta?

Atwood, en su personaje de “Alias Grace”

—Sobre el matrimonio…

—¡Sí, eso! El matrimonio se convirtió en un trato un poco mejor de lo que era antes, en 1850 o en 1950. Como consecuencia, las cosas son un poco más equitativas y el matrimonio es algo deseable para la gente que busca un símbolo de compromiso. Así es que en la generación de mi hija, por ejemplo, el cortejo comienza con el varón diciendo “no estoy interesado en una relación de una noche”, “no estoy interesado en un amorío”. “Quiero compromiso, quiero tener una familia, quiero hijos”. ¡Piensen en eso! Es el hombre diciendo eso. Alguna vez, tiempo atrás, había una buena cantidad de personas diciendo “es mucho para mí”, “debo resignar demasiado”. Ahora el varón se transformó en alguien más interactivo en su familia. Ya no está esa idea de que “la mujer se queda a cuidar a los hijos y eso es todo”. Eso no está sucediendo más. Creo que esa es una de las razones por las que mi madre aceptó a mi padre y rechazó a un montón de otros candidatos. Es porque ella sabía que no se iba a meter en una situación en la que iba a quedar atrapada en su hogar, en una suerte de pesadilla suburbana.

—Tanto en El cuento de la criada como en Alias Grace usted aparece actuando brevemente. En ambos casos, los personajes que usted encarna son de alguna manera represores o inquisidores. En El cuento de la criada es una de las mujeres que golpea a Offred y en Alias Grace, una de las personas que en la Iglesia observan con malos ojos a la pareja irregular que conforman Nancy y el señor Kinnear. ¿Cómo fue esa experiencia?

—Tengo un background en actuación, de manera amateur. Es divertido para mí. Pero, enfrentémoslo: en El cuento de la criada no había muchos roles disponibles para mujeres de mi edad (risas). Eso fue un poco todo. Fue divertido porque tuvimos que hacer la escena varias veces. Y me decían “¡Golpéala más fuerte!”. “No, ¡la puedo llegar a lastimar!”. “Vamos, golpéame”. Creo que le agregaron un efecto de sonido… En la escena de la iglesia, en Alias Grace, era un día de más de 30 grados y yo tenía que usar todo un vestuario victoriano. Pregunté: “¿Realmente tengo que usar todo esto?”. Me respondieron: “Queremos que te sientas auténtica” (risas). Así que tenía puestos la blusa, el corset, la chaqueta, los guantes, el sombrero, las medias y los zapatos. ¡Me estaba cocinando! Tenía el atuendo completo. El nombre de mi personaje en el guión era “Mujer que desaprueba”. Así que todo lo que tenía que hacer era desaprobar (risas). La verdad es que en ese momento yo desaprobaba todo porque pensé que íbamos a rodar la escena a la mañana. Pero al final no la grabamos hasta las 10 de la noche. Pusieron una gran luz para simular que era de día, por lo que se sentía todavía más caluroso.

Escena de “Alias Grace”

—¿Y qué sintió al ingresar a su propia historia como un personaje?

—Es un grado interesante de “meta” (lo dice en español). Aunque creo que uno siempre está, de alguna manera, dentro de sus propias historias, aunque muchas veces sea invisible. Así que, qué decir: esto hace visible lo que usualmente es invisible, como la presencia del autor en las historias.

—Usted escribió novelas como El cuento de la criada y otras que fueron consideradas feministas en tiempos en los que no todas las mujeres se consideraban feministas…

—¡Tampoco lo hacen ahora!

—¿Pero no le parece que ha crecido el número de mujeres que se consideran a sí mismas feministas sin que eso les dé vergüenza?

—No. No todas las mujeres se consideran a sí mismas feministas. Si no, mire el porcentaje de mujeres blancas que votó a Donald Trump…

Hay un ala del movimiento feminista que considera que está mal si tienes hijos. ¡Discúlpenme!¡ Hay muchas mujeres que quieren eso! A algunas les gusta tener niños. ¿Cuál es el problema con los bebés?

—Ok, tiene razón. Me doy por vencida.

—¿Cuántas lo hicieron desde su lugar como mujeres? ¡Kellyanne Conway (la directora de campaña de Trump) es una mujer! ¡Sarah Huckabee Sanders (la vocera de Donald Trump) es una mujer! Por favor, no me hagan reír. Muchas mujeres todavía se sienten mucho más cómodas con hombres como Trump en el poder. Y están muy contentas con ser Serena Joy (N. del R.: se refiere al personaje de El cuento de la criada, la esposa del comandante Fred). Ahora mismo hay muchas mujeres así y hay otras mujeres que están hartas del feminismo extremista que les dice que está mal si les gusta un hombre o que deben dejar de lado el maquillaje y usar overoles y botas. ¿Qué se puede hacer? Hay gente que disfruta de decorarse a sí misma, es algo que los seres humanos hacen desde los comienzos de los tiempos. No consideran que tienen que mostrar credenciales de acuerdo a lo que se ponen. Creo que esa clase de gente con ideologías extremas se tornan expulsivas. Hay un ala del movimiento feminista que considera que está mal si tienes hijos. ¡Discúlpenme!¡ Hay muchas mujeres que quieren eso! A algunas les gusta tener niños. ¿Cuál es el problema con los bebés? ¡Los bebés son lindos! (risas). Creo que estos movimientos deben volverse más inclusivos, pero lamentablemente hay gente que se torna expulsiva. Así que creen que tienen toda la verdad y nada más que la verdad y consideran que tienen control sobre ella y no quieren a otras mujeres adentro. Creo que fue un error en la Marcha de las mujeres (N. de la R.: se refiere a la protesta masiva que tuvo lugar en Washington el 21 de enero de 2017) excluir a mujeres porque estuvieran, por ejemplo, en contra del aborto. A esas mujeres se les debería permitir estar adentro. Todos deberían poder estar incluidos de acuerdo a sus propias posiciones. Hay que considerar que hay varias agrupaciones de mujeres cristianas y no es bueno decir “los cristianos son malos”, ni nada de esas porquerías. Eso no es la realidad y yo estoy a favor de la realidad. Y en la realidad, ocurre que las mujeres son personas. A la vez, en la realidad las personas son extremadamente variadas, con diferentes edades, colores, países, lenguas, niveles económicos, deseos, géneros. ¡Personas! Por eso, ¿por qué las mujeres deberían ser consideradas no-personas? Al final de todo, se trata de derechos humanos.

“El cuento de la criada”, de Margaret Atwood

—Recientemente escribió para la nueva edición de El cuento de la criada que, cuando estaba escribiendo la novela, uno de los eventos que la shockeó fue enterarse de que hubo mujeres en la Argentina que dieron a luz a sus hijos en centros de detención clandestinos, y que esos niños fueron robados…

—¡Absolutamente! ¡Robarles a los niños! Es una historia impresionante. Y no pasó solamente aquí. Hitler se robó niños polacos y los ubicó en familias alemanas, por ejemplo, e incluso miembros de las SS los tomaron para de esa manera tener más y más niños alemanes. Esa historia de robo de bebés es realmente impresionante. Esos niños que son apartados y son puestos con otras familias… Y luego llega un momento en el que hay una suerte de revelación en el que comprendés que no sos quien pensabas que eras.

—La semana pasada apareció una nueva persona que había sido robada, es una nueva nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo.

—Es un gran shock. Algunas veces es un buen shock y otras, un mal shock. Pero siempre será algo impresionante. “¿Soy realmente el Rey Arturo? ¡Oh! ¡Hurra! No soy un campesino”. Por otra parte, la idea vívida de pensar que tu madre y tu padre mataron a tus padres verdaderos debe ser impresionante. Por otra parte, es increíble pensar que todos los involucrados pensaban, al hacer esto, que estaban actuando para hacer un bien. Un bien mayor. Probablemente eso creían. Las personas generalmente tienen ese tipo de ideas desde lo racional. Se levantan a la mañana, se paran frente al espejo y dicen “Ey, tengo esa posibilidad”.

—Tienen que convencerse a ellos mismos.

—Por supuesto. La idea de “hice lo mejor, más adelante me lo vas a agradecer”. A la vez, es un gran dilema para esos chicos porque en muchos casos los padres los quisieron y ellos quisieron a sus padres. ¿Entonces qué van a hacer? Tienen una historia familiar no resuelta y algunos no podrán decir “estos padres que me quisieron y a quienes yo quise no son del todo villanos”. No pueden. Es una historia fascinante.

—Además hubo también algunos que no quisieron saber más o que se quedaron con las familias que los apropiaron.

—Pasa algo parecido con esos niños que fueron vendidos por las monjas en Irlanda. Es algo parecido. Fue contra la voluntad de aquellas madres. Ellas volvían a buscarlos pensando que los niños estaban siendo cuidados por las monjas, cuando en realidad se los habían llevado. Y luego les decían las peores mentiras. Estaban haciendo dinero con la venta de los niños.

—¿Vio el film Philomena de Stephen Frears?

—Sí, ¡qué historia! ¡Qué historia! (suspira y sonríe). Pero sí, es lo mismo. A la vez, es como en El cuento de la criada. Se quedan con los niños de alguna manera. ¿Qué sabrán luego o qué recordarán esos chicos más adelante?

Una imagen de la serie “El cuento de la criada”

—Los derechos de las mujeres son una preocupación alrededor del mundo, las historias de abusos ocultos por años salen a la luz día tras día… y al mismo tiempo Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos. ¿Qué piensa de esa contradicción?

—Lo sé, lo sé (risas). Bueno, la idea sería algo así como: depende de ustedes, votantes, qué parte de su identidad moral desean traicionar. Creo que si la elección tuviera lugar ahora el resultado de esto tendría un pulso distinto. Con respecto a los abusos, mucha gente ahora está diciendo que es mejor tener la verdad, esta gente que acusa debe ser escuchada. Eso es lo que se oye ahora. ¿Pero por qué renuncia (el senador demócrata acusado de acoso sexual) Al Franken y  Donald Trump hace como que con él no ha pasado nada? Él mismo admitió que era su voz la del audio sobre los vestuarios. ¿Qué se puede decir? No lo sé. Claramente la suya no es el tipo de personalidad que usualmente ocupa el puesto de presidente de los Estados Unidos. Y esto va a costar algún tipo de crisis institucional, en cierto punto.

—¿Y qué puede hacer la ficción dentro de este panorama? ¿Cómo se escribe ficción en esta era, en este contexto?

—¡No te lo voy a decir! (carcajada). Nunca le digo a nadie qué estoy escribiendo.

—¿Pero qué pueden hacer en estos tiempos los escritores?

—Los escritores son escritores, ya encontrarán la manera. Yo tengo una gran fe en ellos y no tengo que decir qué deben hacer, son ellos mismos quienes tienen que descifrarlo.

—Cuando escribió El cuento de la criada, a mediados de los 80, se podía decir que lo que se planteaba allí era una suerte de pesadilla imposible. Ahora, sin embargo, muchos creen ver en su novela un futuro posible, con un mundo dominado por la religión y el autoritarismo…

—Sí, pero porque en aquel momento era el tiempo de la Guerra Fría. Así que Estados Unidos parecía ser el gran ícono de la libertad y la democracia, donde se peleaba por los derechos humanos, bla bla bla. Eso era visto en comparación con los régimenes totalitarios, aquí y allá alrededor del mundo. ¿Cuándo se fueron los militares de Argentina?

Gentileza Editorial Salamandra

—Fue en 1983. Aproximadamente cuando usted escribía El cuento de la criada.

—Exacto. Así que ese era el tiempo de (Jacobo) Timerman, con Amnistía Internacional y todas esas organizaciones que luchaban contra la censura. Aprendimos mucho entonces de ese tipo de organizaciones como Amnistía, las organizaciones de periodistas canadienses por la libertad de expresión, las organizaciones de periodistas registrando los asesinatos de periodistas alrededor del mundo… Vivimos en una época en la que se intenta suprimir la verdad y es tiempo de leer un pequeño libro que se llama Orwell on Truth (Orwell acerca de la verdad). Por esto (George) Orwell volvió a ser popular ahora, él entendió la distorsión del lenguaje. Hay otro pequeño libro que hay que leer que se llama Sobre la tiranía, de Timothy Snyder. Estamos lidiando con una generación de gente joven que no sabe mucho de esto pero que necesitan sin duda aprenderlo rápidamente. Es por el bien común.

 

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Source: Infobae