Le dije que la democracia mexicana es, en mucho, superior a la de algunos países que más presumen de politizados o de desarrollados. La democracia mexicana de hoy es casi de excelencia, sufragísticamente hablando, aunque muy poco de ello se debe a las autoridades y a los partidos.
Sin embargo, eso no la hace perfecta. La realidad mexicana ha configurado un pluripartidismo muy equilibrado que produce victorias electorales sin contar con la mayoría absoluta de los electores. Es una paradoja de la democracia mexicana el que instale gobiernos de minoría y no de mayoría. Una minuscracia en lugar de una democracia.
Por otra parte, las posibilidades de una democracia participativa se encuentran cada día más lejanas, porque los sistemas tradicionales de plebiscito, referéndum o revocación de mandato son muy limitados y muy alejados de la incorporación ciudadana.
Una segunda imperfección es que se ha entronizado una partidocracia que ha desplazado a la participación libre de los ciudadanos. Por último, la democracia es, sin más rodeos, una nicecracia. Niké, victoria. Nuestra democracia, como la de casi todas las naciones, no instala un gobierno de las mayorías sino tan sólo un gobierno de los vencedores. La fórmula de la democracia representativa agota el poder del ciudadano en la mera jornada electoral. El poder político ciudadano tan sólo sirve para elegir, pero no sirve para gobernar.
Habrá quien me repele arguyendo que el elegido queda convertido en nuestro mandatario y que tendrá que sujetarse a nuestra voluntad para el ejercicio de su encargo. Pero creo que esta es una fantasía que no resistiría el menor análisis de realismo.
Pero, además, no toda la política ni toda la democracia son pura aritmética. Las actuales son, fundamentalmente, un ejercicio de geometría y ni siquiera plana sino espacial.
Hoy, la democracia mexicana, como la de muchos otros países, se basa en dos principios de operación: paridad y mayoría. Pero estas fórmulas son tan sólo las de la democracia elemental. La que se compararía con la aritmética más simple.
Porque hay otras formas más elaboradas, con las cuales convivimos hoy en día. Un segundo nivel lo forma la democracia proporcional, que ya sería la geometría plana. Su fórmula ya no es paridad + mayoría sino paridad + proporcionalidad. En ella ya cuentan las segundas, terceras y enésimas fuerzas.
La tercera generación es la democracia molecular, que equivaldría a la geometría espacial. Su fórmula es paridad + mayoría + proporcionalidad. Esta es una combinación de las dos primeras.
El cuarto nivel es la democracia estructural, que la comparo con la trigonometría. Su expresión es paridad + mayoría + proporcionalidad + exclusividad. Esta es la que permite que cada poder público sea electo por diferentes métodos y fórmulas.
Un quinto nivel sería la democracia polimeral y se parece al cálculo diferencial. Su fórmula de expresión sería paridad + mayoría + proporcionalidad + exclusividad + interconectividad. Esta explica el modelo de la democracia federalista.
No omito fórmulas imperfectas como la democracia secundaria, que incluye los colegios electorales norteamericanos o las segundas vueltas electorales así como la democracia virtual o de minoría a la que ya nos referimos.
Aquí fue donde, para rematar, le pregunté si en verdad deseaba, para México, una democracia “perfecta”. Si tenía la idea clara de dónde se encontraba situado dentro de la sociedad mexicana. Si, de verdad, se sentía parte de las mayorías en lo económico, lo social, lo ideológico, lo cultural, lo profesional y hasta lo habitacional. Si no se había percatado que él y su familia pertenecían a la décima parte de mexicanos que han sido más privilegiados por el desarrollo, la educación y la fortuna.
Que, por eso, en las cuentas de una democracia perfecta, no pertenecería al grupo de los que mandaran sino al de los que obedecieran. Que las mayorías de pobres, de marginados y de olvidados serían los que harían y aplicarían las leyes políticas, las laborales, las fiscales, las patrimoniales, las comerciales, las viales y las urbanísticas. Y no creo que eso les gustaría a las minorías, ni a su familia ni a sus amigos ni a su novia ni a él mismo.
Como es un joven muy inteligente, me miró consternado al advertir la distancia que existe entre la política como ciencia abstracta y la política como práctica concreta. Para consolarlo le aconsejé, con las palabras de Truman, que si le gustaban las salchichas y la política nunca pensara demasiado en lo que ambas contienen.
Twitter: @jeromeroapis
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Post y Contenido Original de : Excelsior
Los dobles filos de la democracia
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